Cumpleaños, con más pena que gloria

Cumpleaños, con más pena que gloria

Por Carlos Duguech- Columnista invitado.

25 Octubre 2014
Existen quienes ven a Naciones Unidas (ONU), fundada el 24 de octubre de 1945, como una organización sin poder, casi innecesaria. En verdad, puede decirse que el último de los Bush en la Casa Blanca de Washington, junto con Blair, premier de Gran Bretaña y José Aznar, jefe del gobierno español en los tiempos de la invasión a muerte y destrucción a Irak en marzo de 2003, se adherían por entonces a esa idea de que la ONU era nada. Nada para ellos que decidieron una guerra de agresión sin ser amenazados siquiera por el país víctima. Pisotearon la Carta de la ONU y con el agravante -es necesario decirlo- de que Estados Unidos y Gran Bretaña son dueños de un asiento permanente en el Consejo de Seguridad. Y, por si no fuera suficiente semejante privilegio, dueños del más irritante invento contra la democracia de un sistema: el veto. Porque sí. O porque no. Sin explicaciones. Hay, sin embargo, una realidad cada vez más preocupante en el contexto tan heterogéneo que conforman los países en un mundo creciente en población y sus necesidades de supervivencia y una competencia por recursos que no respeta fronteras ni derechos soberanos. Hay desequilibrios entre países y entre sectores étnicos o económicos. Y se advierte con altísima preocupación el crecimiento de las organizaciones terroristas que finalmente no se sabe qué reivindican, si lo religioso, lo tribal, lo étnico, el nacionalismo, la supervivencia, lo económico, etcétera. Y crecen casi sin patria ni bandera y se mimetizan como si fuesen “multinacionales”, que tampoco en su avasallamiento pueden enarbolar bandera alguna o autodefinirse como ciudadanos de una patria determinada. Todo esto dicho encaminando la atención a la necesidad de refundar la ONU. Es una organización internacional por excelencia, absolutamente necesaria, casi imprescindible. Debe hallar la forma de reestructurar su sistema de poder de modo que sí pueda ser el referente insoslayable a la hora de preservar la paz y la seguridad internacionales, dos objetivos que se repiten apareados a lo largo de toda su Carta fundacional. Debería ser la custodia de la aplicación y el respeto del derecho internacional, y afianzar su poderío para señalar direcciones útiles y efectivas, alejadas de intereses sectoriales poderosos, para que lo que ha instalado como “desarrollo humano” se corporice en acciones y resultados concretos en todo el planeta.

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