No cualquiera renuncia
Los jóvenes no siempre son escuchados lo suficiente. Se los suele tratar como a los niños cuando meten en los dedos en el enchufe. En ese momento no se les explica, precisamente, la fórmula de la Energía. Ben Bradlee tuvo la paciencia de soportar los caprichos de dos mozalbetes que sólo querían cumplir con su trabajo y cabalgaban al ritmo de la pasión que les bullía por dentro.

Bradlee se fue esta semana cuando sus 93 años no tenían más fuerza para seguir respirando y sus neuronas ya no podían recordar nada. Pero su historia, su vida, sus aciertos y sus errores, oxigenan la vida.

Aquel editor del Washington Post no hizo otra cosa que escuchar y motivar a aquellos jovencitos. Sólo querían contar un hecho y tenían un puñado de datos. Bradlee no dudó ni un segundo y aplicó toda su capacidad seductora para transmitir confianza a los propietarios del Post de que contarlo todo valía la pena. Pero el gran jefe tuvo, al mismo tiempo, la severidad y la certeza de exigir al máximo a aquellos chicos para que lo que se publicara fuera la verdad irrefutable. No hay nada peor para un editor que salga a la calle un error o una mentira y no hay nada más tedioso y pesado para un cronista que lo obliguen a reescribir y revisar su producto una y otra vez.

Soportar toda esa tensión es una sinfonía de Mozart para alguien que siente que su vida es la redacción; para alguien que puede disfrutar de la sorpresa. “Uno de los placeres del periodismo es que nunca sabés de qué vas a escribir cuando vas al trabajo”, dijo alguna vez.

Es fácil ser grande cuando la vida te da la razón. Cuando las ideas propias se convierten en leyes generales y más aún cuando aquellos molestos se convierten en héroes, como pasó con Carl Bernstein y Bob Woodward, que terminaron con el gobierno de Nixon.

Lo difícil es ser grande en la derrota y Bradlee lo fue. Atiborrado por la rutina y tal vez por el éxito, este humilde genio aprobó y ordenó publicar las notas de una joven periodista como Janet Cooke, que relataban la historia de un niño heroinómano. Ganó un Pulitzer, pero todo era un invento de la ambiciosa e impúdica periodista. Bradlee ordenó que se investigaran todos los errores de la publicación y comprobó que quien más había errado era él y renunció.

Hidalguía, hombría, ética, seriedad, responsabilidad, humildad, pero por sobre todas las cosas los pies en la tierra son características que escasean y que ojalá Bradlee no se las haya llevado al más allá.

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