“Mamba Negra” inmortal

“Mamba Negra” inmortal

Por Daniel García Marco, DPA

25 Octubre 2014
No hay nada que motive más al ultracompetitivo Kobe Bryant que las dudas sobre su estado físico. Con 36 años y tras dos graves lesiones, la estrella de Los Angeles Lakers se enfrenta a la decadencia de su cuerpo y a la de su propio equipo en el último capítulo de su carrera, cuando desde el martes comeince una nueva temporada de la NBA. Bryant se rompió el tendón de Aquiles en abril de 2013, regresó en diciembre de ese año, disputó seis partidos y se quebró la tibia. No jugó más, por lo que los interrogantes sobre si volverá a ser el que fue están justificados.

“Toda la preocupación y las dudas no hacen más que servirme de combustible”, dijo Bryant desafiando al paso del tiempo, al que cree que vencerá. Al mayor astro del baloncesto después de Michael Jordan y a la espera de la altura definitiva que alcance LeBron James le gusta la etiqueta “Vino” en sus tuits (@kobebryant). Cree que su juego mejoró con los años y que seguirá siendo así pese a las lesiones, aunque reconozca que ya hay muchas cosas que no puede hacer como antes. “Hay fortaleza en la vulnerabilidad”, afirma, quizás citando alguno de los libros que le prestó durante años Phil Jackson, el “Maestro Zen”.

Pese a su rebeldía, Bryant sabe que el final se acerca. “Es el último capítulo, pero no sé cuántas páginas tendrá”, dijo a la revista “Sports Illustrated” hace 12 meses, antes de firmar dos años más de contrato por 48,5 millones de dólares que lo mantendrán de nuevo como el jugador mejor pagado de la NBA.

Los Lakers premiaron sus 18 años de amarillo y púrpura, que serán 20 al final del acuerdo. Pero la cantidad retrasa la obligada remodelación del equipo, incapaz por cuestiones salariales de atraer a otra estrella como James, Carmelo Anthony o Kevin Love. En su lugar llegaron Carlos Boozer y Jeremy Lin. Tras firmar la peor temporada de la historia, difícilmente entren en los playoffs de la disputadísima Conferencia Oeste. “Tenemos muchos jugadores en el equipo que han sido descartados, obviados, incluido yo mismo con la lesión”, afirmó Bryant el 30 de septiembre durante la presentación de los Lakers, buscando motivación en el desprecio de los demás. Pero aunque no le guste reconocerlo, los Lakers, el equipo con más títulos de la NBA, han perdido atractivo. Y también el astro, que no fue capaz de convencer al español Pau Gasol de que se quedara ni de hacer que Jackson liderara las operaciones desde el despacho. Gasol cambió las playas de California por el frío de Chicago en busca de un nuevo anillo, y Jackson tratará de remodelar a los Knicks en el bullicioso Manhattan.

Bryant, que seguirá siendo el mejor jugador del equipo, al menos está feliz de que Byron Scott, con el que jugó al comienzo de su carrera, sea el nuevo técnico. “Estoy tratando de ver si puedo probarme a mí mismo que puedo ser yo mismo”, dice, preocupado sólo por su rendimiento defensivo.

Los partidos de pretemporada mostraron un Bryant recuperado. “Anotará 23-24 puntos por partido. Está lejos de retirarse”, afirma Scott sobre su pupilo.

Aunque vuelva al 100 por ciento, parece utópico pensar que Bryant alcanzará con los actuales Lakers el sexto anillo de campeón que lo igualaría con Jordan, su obsesión más o menos oculta.

Pero la “Mamba Negra”, otro alter ego, está dispuesta a pelear. Siempre fue así. Desde que con seis años se tuvo que ir a Italia con su padre y tuvo que leer y exponer en clase un trabajo sobre la “Ilíada” de Homero en latín.

O cuando con su italiano perfecto y sus modales y juego refinados debió reintegrarse con el resto de adolescentes negros a su vuelta a Philadelphia. O cuando fue capaz de asociarse con su odiado Shaquille O’Neal para ganar tres títulos y forzar después la salida del gigante.

Bryant se siente desde niño diferente (por superior) al resto. “La gente dice: ‘Nadie puede contra el paso del tiempo’. Pero cuando la gente dice eso y mira mis lesiones lo que hacen es equipararlas a los que vinieron antes de mí”, dijo a “The New Yorker” en marzo. La estrella quiere poner sus propias condiciones para el adiós y vencer a la decadencia que impone la naturaleza.

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