El periscopio y el cerebro

El periscopio y el cerebro

Y entonces estás allí en una reunión familiar o de amigos, por alguna causa feliz, o de las otras. De pronto sacás el periscopio de tu cerebro y tomás en cuenta algunas cosas que quizás antes nunca viste; o se te escaparon; o sabías que allí estaban pero tal vez no quisiste (inconscientemente) tomar en cuenta. Lo superficial y lo profundo.

Estás viendo que esa gente que está cerca tuyo, que viene estando desde que naciste, nacieron ellos o se sumaron a tu entorno quién sabe cuándo, están cambiados. En aspecto, en modos de ser, en visión de la vida. La esencia está, pero surgen detalles.

En ellos las canas ya no juegan al empate con el cabello de siempre: están ganando por goleada. Eso si la podadora de la calvicie no hizo ya su trabajo. Hay pancitas y panzotas, miradas más cansadas, dolores físicos que antes no estaban, comportamientos nuevos.

En ellas hay canas disimuladas, señales en el rostro que dicen del paso de los años, cuerpos que tomaron volumen, hasta alguna postura curvada al caminar.

Pero también ellos están distintos en preocupaciones, en entendimientos. Quizás hablen menos y si lo hacen, es para referirse a cuestiones circunstanciales. O tal vez se convirtieron en una enciclopedia de quejas, de lo cotidiano y lo extraordinario. Y pocas, poquísimas veces, asoma un “cómo andás, qué es de tus cosas”.

Ellas charlan más, y variado. Hijos, maridos, sueños y frustraciones, intervenciones quirúrgicas y prendas nuevas, la plata que no alcanza, la cuota del colegio, que qué vamos a hacer con la tía Pocha, que mirá que se separó Juan, los afectos que ya partieron...

La vida sigue. Ellos y ellas, aquí y allá, tu gente, te lo está diciendo. Tal vez el periscopio de tu cerebro quisiera, al menos por un momento, ver que aquellos, los de antes, sigan siendo los de antes. Aunque sea un ratito. Pero no. Al fin y al cabo, que ellos, que uno mismo cambie, no es extraño.

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