A Dios lo que es de Dios; no divinizar el Estado

A Dios lo que es de Dios; no divinizar el Estado

Pro. Marcelo Barrionuevo

19 Octubre 2014

Dios deja libertad para las cosas temporales, que adquieren su valor cuando se le reconoce a Él como Señor de la historia: “Dad al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”.

a) Los fariseos presentan a Jesús un dilema insoluble. El censo poblacional y el impuesto personal -que excepto niños y ancianos, estaban obligados a pagar- eran signos claros de la dominación romana sobre Palestina. Los partidarios de Herodes aceptaban esta situación. Los zelotas, por motivos religiosos, se negaban a pagar y practicaban una resistencia activa: su único rey era Yahvé. Los fariseos se preocupaban por la observancia de la Ley y, mientras el poder romano no se enfrentase a ella, solían aceptarlo. La pregunta -tanto si respondía de modo afirmativo como negativo- estaba puesta para que Jesús quedase malparado ante las masas simpatizantes de los zelotas o ante el poder romano. Jesús responde: “Dad al César lo que es del César”. Ante una pregunta política responde con la idea de que libremente han optado por ese poder, y la vida en el mundo tiene reglas que ponen los hombres. “Dad a Dios lo que es de Dios”. La soberanía de Dios está proclamada muy bien en Isaías: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios”. La base de toda regulación será ese respeto a la justicia con Dios.  Jesús dice “no” a la deificación del Estado; dice “no” a la suplantación de Dios por los que dicen representarlo.

b) “Pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. El cristiano ha de ser un ciudadano ejemplar, dice Jesús. Debe obedecer a las autoridades legítimas, las leyes civiles justas, pagar impuestos razonables, votar a los más capacitados y honrados, rezar por los que gobiernan... No niega el Señor la legítima autoridad y la autonomía en los asuntos temporales, pero avisó también que Dios tiene sus derechos, porque la dimensión religiosa del hombre no puede ser sofocada. De ahí que, aunque no se lo preguntaron, añadió: “y a Dios lo que es de Dios”.

“En nuestra sociedad se ha creado un enorme vacío moral y religioso. Todos parecen espasmódicamente lanzados hacia conquistas materiales: gastar, invertir, rodearse de comodidades, pasarlo bien... Dios, que debería invadir nuestra vida, se ha convertido, en cambio, en una estrella lejanísima, a la que sólo se mira en determinados momentos. Creemos ser religiosos porque vamos a la iglesia, llevando fuera de ella una vida semejante a la de tantos otros, entretejida de injusticias, de ataques a la caridad, con una falta absoluta de coherencia” (Luciani, A. Ilustrísimos señores p. 219). Una sociedad sin valores, o que no los respeta, arrinconando los deberes para con Dios, verdadero garante de la dignidad humana, está abocada a una creciente agresividad, a la corrupción y a la mentira. “La cuestión moral es claramente, hoy más que nunca, una cuestión de supervivencia” (Ratzinger, J. Presentación Enc. Veritatis S.). 

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