Por Carlos Páez de la Torre H
13 Octubre 2014
JULIO ARGENTINO ROCA. El militar tucumano en 1866, cuando mandaba el Batallón “Salta” en la Guerra del Paraguay la gaceta / archivo
Durante la sangrienta Guerra del Paraguay, al capitán Julio Argentino Roca le tocó batirse heroicamente en varias acciones. Luchó en Estero Bellaco, Tuyutí, Yataití-Corá, Boquerón, y se destacó especialmente en el terrible asalto a la fortaleza paraguaya de Curupaití, el 22 de setiembre de 1866.
Como se sabe, la fortificación era inexpugnable, rodeada por profundos fosos y por vallas de troncos con puntas aguzadas. Desde allí, los paraguayos lanzaban sobre los aliados un violentísimo fuego de fusilería y cañones, que ocasionaba una impresionante mortandad. Roca estaba al mando del Batallón “Salta”.
Cuando este cuerpo se lanzó al ataque, la intensidad del fuego pronto fue obligando a los soldados al repliegue. Roca montaba un caballo moro, lo que lo convertía en blanco perfecto para los paraguayos; pero las balas le picaban cerca, sin herirlo. En un momento dado, vio que era abatido el abanderado del “Salta”, y que caía herido a uno de sus camaradas oficiales, Daniel de Solier.
Entonces, picó espuelas rumbo a ese lugar barrido por la fusilería y el cañoneo. Llegó hasta el abanderado muerto. Narra la biógrafa Aurora Sánchez que tomó la bandera, “miró de frente a la trinchera enemiga y apoyando el asta en su rodilla, la hizo flamear en desafío. Luego, tiró las riendas e inició el regreso lentamente”.
Cuando llegó hasta Solier, lo encontró hincado, cubierto de sangre y apoyado en el fusil. Entonces “le tendió la mano y le cedió el estribo izquierdo, al tiempo que el agua del estero saltaba por las descargas de la fusilería paraguaya. Con su amigo en las ancas, emprendió el regreso al trote suave”. Se unió al coronel José Miguel Arredondo y marcharon calmosamente de vuelta a sus líneas.
Como se sabe, la fortificación era inexpugnable, rodeada por profundos fosos y por vallas de troncos con puntas aguzadas. Desde allí, los paraguayos lanzaban sobre los aliados un violentísimo fuego de fusilería y cañones, que ocasionaba una impresionante mortandad. Roca estaba al mando del Batallón “Salta”.
Cuando este cuerpo se lanzó al ataque, la intensidad del fuego pronto fue obligando a los soldados al repliegue. Roca montaba un caballo moro, lo que lo convertía en blanco perfecto para los paraguayos; pero las balas le picaban cerca, sin herirlo. En un momento dado, vio que era abatido el abanderado del “Salta”, y que caía herido a uno de sus camaradas oficiales, Daniel de Solier.
Entonces, picó espuelas rumbo a ese lugar barrido por la fusilería y el cañoneo. Llegó hasta el abanderado muerto. Narra la biógrafa Aurora Sánchez que tomó la bandera, “miró de frente a la trinchera enemiga y apoyando el asta en su rodilla, la hizo flamear en desafío. Luego, tiró las riendas e inició el regreso lentamente”.
Cuando llegó hasta Solier, lo encontró hincado, cubierto de sangre y apoyado en el fusil. Entonces “le tendió la mano y le cedió el estribo izquierdo, al tiempo que el agua del estero saltaba por las descargas de la fusilería paraguaya. Con su amigo en las ancas, emprendió el regreso al trote suave”. Se unió al coronel José Miguel Arredondo y marcharon calmosamente de vuelta a sus líneas.
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