Hacia una poética de los restos

Hacia una poética de los restos

Los textos de Lugar común la muerte dialogan entre sí y, en su conjunto, pueden ser leídos como los objetos de la mesa de luz antes de que un terremoto destruya todo orden conocido.

ÚLTIMAS CHARLAS. Tomás Eloy, en 2008, en una de las últimas entrevistas con LA GACETA. Murió el 31 de enero de 2010. foto gentileza de aldo sessa ÚLTIMAS CHARLAS. Tomás Eloy, en 2008, en una de las últimas entrevistas con LA GACETA. Murió el 31 de enero de 2010. foto gentileza de aldo sessa
12 Octubre 2014
Tengo dos hijos pequeños y eso le imprime a mi vida un ritmo particular. Tal vez por eso Lugar común la muerte estuvo durante meses en mi mesa de luz conviviendo con los restos del día. Recuerdo que alguna vez leí o vi (estos verbos siempre se confunden) una obra donde el artista se había ocupado de reconstruir las mesas de luz de distintas personas la noche antes de un terremoto. Cada mesa de luz era una acumulación de objetos o una especie de lista indescifrable pero con un enorme poder de evocación. Era posible, -¿por qué no?- leer en la memoria de esos restos efímeros, en el azar de su descuido involuntario un saber sobre las dinámicas de la vida y la muerte.

Esta poética de la acumulación, como una suerte de catálogo de objetos impuros, de materia naufragada que se abre a distintas lecturas ilumina un texto como Lugar común la muerte, de Tomás Eloy Martínez. Publicada por primera vez en Caracas en 1978 y luego vuelta a publicar en Buenos Aires en 2008, los textos dialogan entre sí y en su conjunto, y pueden ser leídos de otra manera: como los objetos de la mesa de luz antes de que un terremoto destruya todo orden conocido. O también podemos leerlos como una serie de escenas culturales y políticas que nos hablan al mismo tiempo de modos de “ser en la muerte” pero también de modos de “ser y sobrevivir en la memoria de la comunidad”.

Si, como sostiene Norbert Elías, la amenaza de la muerte es total, sin embargo la forma de experimentarla es histórica y variable. Las ideas sobre la muerte y los rituales vinculados con ellas forman parte de la socialización. En este sentido, los ritos funerarios sirven entre otras cosas para llevar a cabo una separación entre los vivos y los muertos pero también sirven para separar la imagen del muerto de su cuerpo ya sin vida; entregan el cadáver a los procesos naturales y biológicos e inicia el proceso de construcción de una imagen en la memoria de los sobrevivientes.

Quedan establecidos así dos tiempos distintos: por un lado, el tiempo de la “no persona”, es decir el de la biología o la materia orgánica; y, por otro lado, el tiempo de la memoria social y cultural, el tiempo de la imaginación. El ritual funcionaría así como una bisagra donde se articulan estos dos tiempos que forman parte del duelo y que implican una operación poética. No hay construcción social posible en la memoria sin operación poética. O como afirma ese verso de Schiller que Freud retomará más tarde: “la cosa debe morir para vivir en el poema”.

© LA GACETA

Denise León - Poeta, profesora de la UNT.

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