Crisis y desafíos de la educación
A una escuela del conurbano provincial asiste una nena a la que balearon en las piernas. Fue en represalia porque su abuela –conocida dealer- se negaba a seguir fiándole drogas a un adicto de la zona. En ese contexto se inscriben las permanentes reformas que van parchando el sistema educativo. No hay soluciones simples para problemas tan complejos. Al decir de Macedonio Fernández, ¿quién se cree que es la realidad para venir a complicarnos la vida?

Hay chicos de cuarto grado que resuelven operaciones matemáticas mientras a pocas cuadras los alumnos de la misma edad avanzan a duras penas en el deletreo. Es la diferencia entre el centro y los márgenes, esa que obstaculiza seriamente la posibilidad de homogeneizar el dictado de contenidos. Pensar con la panza llena e intentar hacerlo con la panza vacía, por ejemplo. Variables históricas como esta explican por qué son impracticables modelos educativos como el del Centenario, como el del primer peronismo o el de la Argentina de los 70. De la última dictadura a esta parte todo está en constante revisión.

No es cierto que la educativa sea una crisis exclusivamente argentina. El fenómeno es mundial, salpicado –claro está- por las particularidades regionales. En Brasil, la gestión de Lula llevó a la clase media a 40 millones de habitantes. Esa masiva alfabetización provocó un desborde en las escuelas, el sistema se saturó y, por decreto, los chicos pasaron de grado. En Brasil, al igual que en Argentina, uno de los desafíos de la década es contener a los chicos en el aula. No es sencillo, y mucho menos en Tucumán.

Todo está en discusión por estos años; la educación semeja un río revuelto en el que pocos saben bien qué se puede pescar. También hay miedo a los cambios de fondo, sin reparar en que las crisis son inmejorables fuentes de oportunidades. ¿Hasta cuándo sobrevivirá el concepto de panóptico? El panóptico es una herencia del sistema carcelario (un guardia con el dominio visual de las celdas de un pabellón), replicado en la escuela (un docente de frente a 20, 30 o 40 alumnos). En Estados Unidos y en Europa el panóptico va cediendo a otros modos de relación con el maestro. Lo mismo pasa con la conformación de los cursos. ¿Por qué seguir horizontalizando por edades? ¿Y si se agrupa a los chicos por afinidades? ¿Es descabellado pensar en un grado de niños de 6, 7 y 8 años que compartan la inclinación por el arte, las ciencias o el deporte?

Esta clase de debates, instalados desde hace años, están condimentados en Tucumán por la gravedad de la situación socioeconómica. Mientras la escuela brinda un mensaje integrador, armónico y resalta los valores de la convivencia, en demasiados hogares impera la violencia. Ese choque de discursos y de realidades impacta directamente en la psique de los chicos. Son contradicciones propias de una sociedad que parece cada vez más desorientada, capaz de aplaudir a policías torturadores y a la justicia por mano propia.

Aquí vale un paréntesis y un tema para la discusión. Otro más, si cabe. ¿Es suficiente con el puntaje en la Junta de Clasificación Docente para designar al maestro que se ocupará de chicos afectados por la pobreza y la violencia? ¿No es necesaria otra clase de preparación?

En ese caldo de cultivo navegan docentes precarizados y currículas que se modifican una y otra vez. La tecnología se modifica a diario, es una carrera perdida para quien pretenda mantenerse a la par. Los chicos nacen con la mirada enfocada en una pantalla y no la despegan nunca más. Las planificaciones duran lo que un suspiro. Consolidar un sistema educativo en este tiempo histórico es harto complicado, la gran cuenta pendiente en el Tucumán del Bicentenario.

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