El ladrón del tiempo
Aplazar para más adelante y llegar al instante crucial en medio de una crisis de histeria total. Es la historia de vida de los nefelibatas, que viven dispersos entre sueños y nubes y sólo se concentran en el último momento, a veces con demasiada angustia. Uno tenía un examen de griego, materia densa para los estudiantes de Letras, y tres días antes se ponía a arreglar la moto. ¿Qué oculta angustia había detrás de eso? La noche anterior al examen venía el clásico síndrome del último día, y trataba desesperadamente de empacharse con la materia.

Mientras tanto, su hermana, sarmientina ella, le provocaba olas de envidia y desazón porque el día previo a cada examen no estudiaba. “Ya no voy a aprender nada más. Hay que descansar la cabeza para ir liviana al examen”, decía. ¡Y le iba bien!

Freud estudió en las dudas de Hamlet el fenómeno de posponer para otro día lo fastidioso, lo desafiante, lo perturbador hasta el punto de arriesgar a que no se concrete nunca, tanto lo difícil como la obligación que puede ser placentera, en la idea de que hacer realidad algo es como concluirlo y acercarse por ello a la muerte. Esta obsesión, llamada “procrastinación”, es el ladrón del tiempo. No es ocio creativo, como lo miraban los romanos, que asociaban la procrastinación a la espera juiciosa antes de la acción, sino que se refiere a la pérdida de tiempo en cosas irrelevantes que sólo tienen sentido en función de ahogar lo importante. Navegar hacia cualquier lado por internet es un clásico de los procrastinadores ocasionales. Pero el asunto se complica cuando postergar todo ya es una especie de neurosis obsesiva.

Hay profesiones que ayudan. El periodismo, por ejemplo, con sus urgencias cotidianas y sus horas de cierre, obliga a una concentración intensa en el último momento (no exenta de algunos sofocones), y a un relajamiento hasta la próxima adrenalina. Un periodista procrastinador tiene problemas para hacer largas investigaciones o libros: necesita la exigencia de la hora de cierre.

Pero pasa en cualquier profesión. “Yo asumo que siempre hay una demora, pero en los últimos tiempos he tomado la decisión de que el delay sea más corto”, dice un actor. Un juez de ocupación intensa con juicios orales cuenta que se hizo una rutina con listas de lo que debía hacer al día siguiente para poder organizar su vida, si no se le amontonaban las obligaciones para último momento.

¿Y uno? La pelea. Hace listas, agradece que la experiencia de años de horas de cierre le permitan zafar con éxito de las urgencias y trata de acercar lo que le gusta hacer y lo que está obligado a hacer. Sabe que nunca descansará el día anterior al examen y trata de disfrutar de los ensueños del nefelibata, de las horas de ocio disparado hacia cualquier parte y hasta de los momentos de fiaca dominante. Después del día, de la semana, del mes, del año, algo queda. Breves momentos que no se ha llevado el ladrón del tiempo.

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