El salto de programa

El salto de programa

Este es un adelanto del libro Viajes. De la Amazonia a las Malvinas (Seix Barral). El próximo martes, la autora abrirá el ciclo “Primavera Planeta en Tucumán”, hablando del libro, a las 20 hs, en el hotel Sheraton. Viajes es la biografía itinerante de una mujer que tuvo la suerte de encontrar lugares, personas o situaciones extraordinarias, inesperadas, fuera de todo programa.

05 Octubre 2014
El turista contemporáneo sabe lo que va a ver, qué experiencias lo esperan (bailes y ritos originales, comida original, visitas a aldeas originales, souvenirs turísticos preparados por artesanos fabriles originales; úsense las comillas pertinentes). No podría existir otra forma posible del turismo democrático y masivo que esta producción serial de la tipicidad. Tampoco podría administrarse un turismo para centenares de miles si se aceptaran como contingencia favorable los saltos de programa.

Si todo el mundo tiene (potencialmente) derecho al viaje; si no sólo los aventureros o los intelectuales pueden partir; si millones con diferentes gustos y diferentes formaciones culturales comparten planes turísticos organizados, el salto de programa es una anomalía. En la medida en que no se aleje gravemente de la rutina de esos días en «otra parte», puede ser bienvenido. Pero el turismo de masas obliga a que no se lo tenga como hipótesis deseable. Sería como pedir un salto de programa en una góndola de supermercado: puede divertir diez minutos y transformarse en caos si se prolonga o se repite. El turismo se rige por vectores fijos y evita el desorden. Promete felicidad segura, no imprevistos.

Lo que he narrado hasta ahora se valoriza en cambio sólo por su rareza. Nadie puede prever la tragedia de un disparo de escopeta en la cordillera, ni el súbito contacto con la locura, inexplicable e inesperado, en un hospital desde el que se ve toda Viena; ni el mal humor de una gloria del jazz; ni la anónima y nunca reconocida presencia en un cine de una celebridad intelectual. Se podría decir que estos son momentos afortunados: alguien, que de otro modo sería un turista, forma parte de un bordado que no termina de entender y que no lo incorpora sino fugazmente. El salto de programa es un descubrimiento de algo que no se ha buscado. Puede sucederle a cualquiera. Pero sucede pocas veces, porque la organización del viaje turístico tiene como uno de sus deberes mantenerlo a raya.

El salto de programa no es obligatoriamente del orden de lo exótico o de lo desconocido. Sucede, como se vio, en la cordillera, en el Village de Nueva York, en la iglesia de Otto Wagner, en un pueblo de Sicilia o en el centro de Berlín. Produce una discontinuidad entre lo que se buscaba y lo que de pronto se encuentra. No hay que interpretarlo como pérdida (el obstáculo que impide un plan) sino como plus misterioso de un sentido que no se muestra directamente, ya que no estaba presupuesto en el sistema que diseñó el viaje. El sentido inesperado es un potencial de sentido, un potencial de realidad que no figuraba en los planes. Se lo reconoce precisamente porque es imprevisible y se convierte quizá en la más radical novedad del viaje.

Es cierto que el azar preside estas emergencias inesperadas. También es cierto que se necesita algún grado de indeterminación: estar perdido, no saber dónde ir, estar en condiciones de escuchar, entregar el próximo paso al suceder, no estar apremiado por un nuevo destino ni por una meta. Es decir, un grado mayor de autonomía que el que permite un programa.

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