"No le aconsejaría a nadie que se dedique a la literatura para ganarse la vida"

"No le aconsejaría a nadie que se dedique a la literatura para ganarse la vida"

El autor de Una felicidad repulsiva es uno de los escritores argentinos más traducidos y leídos en el mundo. También alguien que sabe hacer las cuentas y por eso no le tiembla la voz cuando admite que en su juventud prefirió estudiar ingeniería y matemática antes que dedicarse exclusivamente a las letras.

05 Octubre 2014

Por Dolores Caviglia - Para LA GACETA - Buenos Aires

Cada vez que le preguntan cómo un joven que estudió ciencias duras se convirtió en escritor de ficción, algo que ocurre más a menudo de lo que quisiera, Guillermo Martínez dice lo mismo aunque no siempre con las mismas palabras ni en el mismo orden: “Escribir para mí fue algo bastante natural, porque la literatura era algo muy presente en la familia”, “Me sentí escritor mucho antes de que la matemática apareciera en mi vida”, “Mi papá era escritor y mi mamá era profesora de Letras, así que en realidad yo me inicié más bien por el lado de la literatura y la matemática fue una carrera que elegí en un momento para ganarme la vida”, afirma según el momento y el caso. Es que Guillermo comenzó a escribir en Bahía Blanca -ciudad en la que nació el 29 de julio de 1962- desde muy chico y nunca dejó de hacerlo. A los 19 años ganó su primer concurso y sus textos más antiguos los escribió mientras cursaba en la Universidad Nacional del Sur porque siempre sintió que su licenciatura en Matemática era como la de cualquier otro escritor que al mismo tiempo es médico, abogado o arquitecto. Hoy, tras publicar una decena de libros, ya adquirió la rutina del escritor profesional que escribe por las mañanas y lee por las tardes. Además, disfruta de todo lo que publicaron el norteamericano Henry James y el alemán Thomas Mann; a los escritores argentinos Ricardo Piglia, Ana María Shua, Pablo De Santis, Abelardo Castillo y Samanta Schweblin; del buen fútbol, como el que se jugó en el último Mundial, y sostiene: “No le aconsejaría a nadie que se dedique a la literatura pensando en que va a poder ganarse la vida así. Para mí al principio fue algo más bien como un hobby, una cosa que me gustaba, que sostuve, pero gracias a la que nunca imaginé podía llegar a vivir”.

- ¿Identificás el momento en que te diste cuenta que sí podías vivir de la literatura?

- Creo que fue cuando fui a Buenos Aires a estudiar mi doctorado y publiqué mi primer libro de cuentos, Infierno grande, en 1989. Entonces, sentí que quizá sí iba a poder publicar lo que escribiera, algo que no me resultaba nada claro mientras viví en Bahía Blanca, donde la literatura era más que nada enviar cuentos a concursos, tal como hacía mi padre, que nunca publicó. Allí no estaba en mi horizonte la posibilidad de publicar, no sabía cómo se hacía, no tenía contactos. Recién cuando llegué a Buenos Aires de algún modo empecé a entrar en algunos ambientes literarios, sobre todo a través del taller de Liliana Heker, donde me encontré con otros escritores que estaban tratando de publicar su primer libro. Entonces yo también me lo propuse y gané en el concurso Fondo Nacional de las Artes, que te permitía dar el dinero a un editor para que publique tu libro sin riesgos. Creo que el momento en que me di cuenta de que podía ganarme la vida con la literatura fue cuando mi primer libro salió a las librerías, un momento en el que muchos se desaniman porque en general el primer libro no suele ser muy visible, a veces queda abandonado, no es tan fácil que te hagan reseñas. La verdad es que uno pone muchas expectativas y no siempre lo que ocurre a continuación está a la altura de lo que uno dedicó a ese libro.

- A la hora de elegir qué contar, ¿qué necesita un episodio para estar a la altura?

- Creo que es lo más misterioso de todo el proceso creativo. Podría dar razones y más o menos establecer los pasos que conducen de la primera idea a un cuento o novela terminado. Pero por qué una idea sí y otras no, no lo sé. La manera en que se discriminan entre sí y que luchan para llamar la atención no la conozco. Tengo muchas ideas anotadas tanto para cuentos como para novelas, ¿por qué me decido por una? ¿Qué es lo que hace más atractiva una idea? Eso es algo misterioso. Lo que sí sé es que siempre pienso en literatura como un cuentista, siempre hay algo del orden de las artes del ilusionismo en la forma en que yo elijo las ideas; siempre tiene que haber algo que se presenta de cierta manera y que en el fondo, por mirar con detenimiento, por intensificación, ese algo se convierte en otra cosa. A mí me interesa ese giro, ese momento de revelación, esa sorpresa latente o sensación de inminencia de que algo inesperado va a ocurrir.

- Si tuvieras que definir tu trabajo como escritor, ¿cómo lo harías?

- En general yo me siento escritor de ficción. Lo demás, los ensayos, los artículos, vinieron por añadidura: cuando empecé a publicar mis libros, me ofrecieron hacer reseñas, me pidieron artículos, pero casi todo ese trabajo ha sido a pedido o tuvo su germen en pedidos. Mi libro Borges y la matemática surgió de una conferencia en la que me invitaron a hablar de ese tema, por ejemplo. Casi todos mis artículos tienen que ver con situaciones muy concretas, porque tengo que pensar en algún tema particular. Me gusta mucho el género del ensayo porque es argumentativo, uno puede utilizar la lógica, se parece más a la matemática. Brinda la sensación de tener una porción de verdad sobre un tema, es algo más racional. Mientras que en la ficción uno tiene que confiar en otro tipo de herramientas, en la seducción, el ritmo, en una magia de simpatías, simbolismos, etc.

- ¿Sos de los que llevan una libreta siempre encima por si aparece alguna idea?

- La verdad es que no; en realidad ya tengo escrita una cantidad de temas enorme y no creo que me alcance la vida para escribir sobre todos. Tampoco quiero acopiar temas. En este momento, tengo pensadas tres novelas. Es cierto que cada tanto aparece un tema, pero trato de reducirlo a un cuento.

- ¿En qué trabajás ahora?

- En una novela que cuenta toda la vida de un narrador en primera persona, como suelen ser mis narradores. Van a ser cuatro libros: uno sobre la infancia, otro de la adolescencia, un tercero a cerca de la juventud y una última situación en la que el personaje está en una prisión. El título provisorio es “Una religión prohibida”.

- ¿Cómo te llevás con el trabajo del escritor que tiene que ir a las presentaciones y participar en eventos?

- Ahora bastante bien. Al principio fue difícil, pero ahora soy una especie de tímido recuperado. Tanto en la docencia como las primeras veces que tuve que hablar en público de literatura, me costaba mucho realmente. Pero con el tiempo se fue normalizando y ahora no tengo problemas; al contrario, pensé hacer algún libro de ensayos con las clases que di, con las charlas. Me siento cómodo hablando en público.

- ¿Qué te gustaría que generen tus libros en el lector?

- Quizá algo que a mí me ocurre con el escritor norteamericano Herny James, que quiero encontrar el próximo libro, leer otro libro y otro de ese autor. Creo que hay un libro secreto que se va conformando a la largo de la vida de un escritor y que es ese orden, esa figura que van armando todos los textos en su sucesión; es una figura que por supuesto no es totalmente legible, pero hay conexiones, recurrencias, se va armando cierto dibujo. Y uno encuentra algo así como una familiaridad, una intimidad con el escritor, una conexión de pensamiento que perdura a través de los años. No es necesario ser contemporáneo, eso es lo maravilloso de la literatura. A mí me gustaría lograr eso en los lectores.

- ¿Qué te provocan los reconocimientos?

- Siempre me han dado mucha alegría pero con el paso del tiempo, como conozco el mundillo literario, lo tomo como algo que tiene un costado arbitrario, aleatorio. Siempre son cosas buenas, pero digamos que en la literatura hay una especie de problema intrínseco: todo es opinable. Entonces, no hay que tomarse ni demasiado en serio los elogios ni demasiado enserio las críticas.

- ¿Y cuando te publicaron en la revista The New Yorker?

- Bueno, eso me dio mucha alegría, porque es un lugar en el que no me conocen, no me odian ni me aman. Por eso, creo que de verdad les gustó el cuento. Lo mismo pasa cuando me traducen en otros países o critican mis novelas en otra cultura, en las que sólo leen el texto que tienen delante, no hay interposiciones de ningún tipo, ni cálculo, ni mezquindad.

- ¿Sobre qué escribís?

- No tengo un tema que lo engloba todo. Escribí sobre muchas cosas, sobre la recreación del mito fáustico, sobre el mito de Prometeo y la vida privada de los escritores, sobre la cuestión de la seducción de las teorías -el hecho tan curioso de que hay teorías que causan adhesión por cuestiones estéticas. También indagué en distintos géneros: el policial, el relato erótico, el político. A mí me gustan los escritores que tienen registros amplios, no los que siempre están tocando en la misma tecla. Yo intento hacer cosas distintas. Por supuesto después hay lectores que encuentran sólo la recurrencia o ciertos patrones, pero mi intención por lo menos es escribir libros diferentes

- ¿Y por qué lo hacés?

- Creo que nunca me lo planteé, no requería un porqué. Es una cosa que naturalmente estuvo en mi casa, casi como una continuidad de la lectura: leíamos y comentábamos libros con mis padres, era una actividad más, supongo que también ocurre en las familias de tenistas, en las que los chicos empiezan a jugar y ni se preguntan por qué lo hacen. Con el tiempo sé que me da mucho placer la sensación de crear algo y terminarlo. Cerrar un libro. Soy un escritor muy lento desgraciadamente, por lo que terminar un libro me da mucha alegría. Creo que esos momentos de alegría, tanta como cuando aparecen ideas interesantes o cuando el esqueleto del texto está completo y viene la parte de la corrección –la que más disfruto- son los que justifican otros más penosos que tienen que ver con terminar el primer borrador, luchar contra los lugares comunes, las rispideces de las palabras, una cantidad de problemas imprevistos que aparecen y que tratan de arruinar la idea original.

© LA GACETA

PERFIL

Guillermo Martínez nació en 1962. Es novelista y doctor en Lógica Matemática. Con su primera novela, Acerca de Roderer (1992), ganó el Premio Nacional de las Artes. Crímenes imperceptibles fue un best seller galardonado con el Premio Planeta 2003 y fue llevado al cine por Alex de la Iglesia. La muerte lenta de Luciana B fue elegido por la crítica española como uno de los 10 libros del año 2007. Ha publicado en The New Yorker, entre otros prestigiosos medios del mundo. Acaba de ser distinguido con el Konex al mérito en la categoría novela.

Publicidad
Temas Buenos Aires
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios