Me quedé sin abuelos
¿Acaso acaba de empezar una nueva etapa en mi vida y no me di cuenta? ¿Será que estoy por experimentar sensaciones que no había tenido antes? ¿Pecaré de egocéntrico si sigo pensándolo todo alrededor mío?

Hace unos días la perdí a ella, la última integrante de ese cuarteto que me acompañó desde que nací: los abuelos.

Oficialmente, ya nadie puede malcriarme, por más de que, off the record, mis papás lo hagan, de vez en cuando. ¿Pero a quién le voy a escribir un manual de cómo usar el reproductor de DVD paso por paso tal como el que necesitaría yo para cocinar alguno de sus platos o pintar uno de sus cuadros y fallar en el intento?

¿Quién me va a contar historias de cuando fue a la guerra en el Chaco? ¿A quién voy tocarle la pelada con los dedos, simulando ser piojos que patinan? ¿Quién me va a hacer otra fiesta nueve meses después de mi cumpleaños sólo porque no me pudo ver antes?

“Voy a robarme una pareja de viejitos. Necesito abuelos”, dijo una chica de 26 años en Puerto Madero, Buenos Aires, según la página “La gente anda diciendo”. Un sitio dedicado a recolectar frases insólitas escuchadas alrededor del país. Y por más anónimo y ridículo que suene, la identificación es inmediata. ¿Qué se hace ahora?

Suena torpe que desde estas líneas tenga más preguntas que respuestas para ofrecerle a usted, señor lector, pero no puedo mentirle: no sé que haré sin ellos y esa quizás sea mi única certeza en estos momentos.

Y aunque no haga la diferencia, ni siquiera puedo encontrar refugio en el diccionario, que no contempla una palabra para los que nos quedamos sin abuelos.

Algo de egoísmo hay, claramente. Si yo me quedé sin abuelos y sin mimos, ellos se quedaron sin nietos, hijos y varios afectos más. Me consuela saber que lo hicieron después haber vivido años y años de plenitud.

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