Una decisión que cambió el destino de un pueblo

Una decisión que cambió el destino de un pueblo

Hay decisiones en la existencia de los pueblos y de las personas que pueden cambiar su destino para bien o para mal. A veces la adversidad es demasiado grande que puede desanimar hasta el más valiente. Hace falta no sólo una dosis importante de coraje, sino también de confianza en sí mismo. Y si a ello se suma que, por oponerse a una orden, se corre el riesgo de ser sancionado, el momento de tomar una resolución es más complicado aún. Esas y otras consideraciones deben haber pasado por la mente de Manuel Belgrano hace 202 años, cuando venía a Tucumán desde el norte con una tropa maltrecha y desmoralizada. La orden de Buenos Aires era retroceder hasta Córdoba.

Con el lógico miedo de terminar bajo el yugo español, el Cabildo de Tucumán decidió enviar una comisión de vecinos, comandada por Bernabé Aráoz, para persuadir a Belgrano de que se quedara en esta tierra e hiciera frente al enemigo. Belgrano les habló de la cantidad del dinero y de hombres que necesitaba; le aseguraron que aportarían el doble. Escribió a Buenos Aires: “La gente de esta jurisdicción ha decidido sacrificarse con nosotros. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos, que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos”. Se plantó en Tucumán; con el ejército y el decidido apoyo del pueblo, derrotó a los realistas el 24 de septiembre de 1812. Los tucumanos eran devotos de Nuestra Señora de la Merced y el 24 de septiembre se efectuaba la procesión que en esa ocasión no pudo efectuarse. Belgrano, su tropa y los vecinos, le pidieron a ella que los ayudara.

Se atribuyó a milagros de la Virgen la tormenta de tierra y la nube de langostas que crearon confusión en el campo de batalla y que beneficiaron a los criollos. Los realistas habían pernoctado en Los Nogales. Para obligarlos a desviarse y a tomar el Camino del Perú, Gregorio Aráoz de La Madrid incendió unos pajonales. Los españoles creían que las langostas eran proyectiles caídos del cielo. Los patriotas, que se hallaban en desventaja numérica y de armamento, se jugaron el destino. “El miedo sólo sirve para perderlo todo”, diría luego Belgrano.

La Batalla de Tucumán fue clave en la lucha por la independencia que se concretaría poco después, el 9 de julio de 1816. Algunas reflexiones podrían rescatarse de este triunfo. Los tucumanos fueron capaces de unirse por una causa común, cuando vieron que sus vidas y sus propiedades peligraban. Se encolumnaron detrás de Belgrano, uno de los argentinos que hizo de la decencia y la humildad un acto de vida. El sueño colectivo le ganó al individual. “Nadie me separará de los principios que adopté cuando me decidí a buscar la libertad de la patria amada, y como este sólo es mi objeto, no las glorias, no los honores, no los empleos, no los intereses, estoy cierto de que seré constante en seguirlos”, dijo el creador de la Bandera.

El mejor homenaje a Belgrano sería tal vez imitar su voluntad de servicio, su ética, su honradez, su generosidad. Si viviera hoy, seguramente no pensaría en reelecciones indefinidas, ni en nombrar a sus parientes y amigos en el poder, ni en consolidar su patrimonio económico. Seguiría bregando por los que menos tienen, por mejorarles la calidad de vida a los niños, a los viejos, por una justicia y una educación dignas, anteponiendo siempre el bien común a sus necesidades personales.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios