Abandonar el maldito y delicioso humo del tabaco

Abandonar el maldito y delicioso humo del tabaco

Si usted nunca fumó, entonces no comprenderá el sentido de este artículo. Tal vez le sea más provechoso pasar de largo y no seguir con la lectura, aunque quien le dice, le sirva para entender a los que sí cayeron en las redes de ese maldito y delicioso humo.

Hablemos ahora del cigarrillo. A los fumadores nos da la sensación de calma, nos acompaña en momentos de tensión, es un compañero ideal de situaciones placenteras. El “pucho” con una taza de café, con una copa de vino, después de comer. La enumeración podría ser extensa. Sí, ya sabemos. Reduce nuestra capacidad pulmonar y aumenta el riesgo de sufrir cáncer de pulmón. Nos deja un sabor amargo en la boca, el humo se impregna en la ropa y en el pelo y si estamos nerviosos, seguimos igual de nerviosos una vez que terminamos de fumar un cigarrillo.

Para colmo, los beneficios de dejarlo son muchos. Se duerme mejor, recuperamos la percepción de los sabores en la boca. El olfato detecta olores que antes pasaban desapercibidos (comenzamos a sentir el aliento que tienen los fumadores). Nos agitamos menos al caminar o al subir las escaleras.

Pero insistimos. Hacemos caso omiso a todas las campañas publicitarias que nos muestran los efectos dañinos del tabaco. Tomamos coraje y en pleno invierno salimos a la vereda, al balcón o al patio para dar unas pitadas, desafiando al frío. La ley que prohibe fumar en espacios públicos cerrados nos obligó a buscar bares que tengan sillas al aire libre.

Si usted nunca fumó, dejar el tabaco le parecería que es fácil. Desde hace poco más de un mes, yo lo hice por 57ª vez. Estoy malhumorado y sufro ataques de ansiedad. Pero vale la pena.

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