Misión cumplida
Por alguna rara intuición colectiva cuando alguien muere se vuelve más bueno, más inteligente, más capaz, más humano… Cuando la Parca elige a un actor es más injusta que con el común de los mortales porque los hombres y mujeres de las tablas forman parte de esa especie de seres vivos bondadosos. Los actores siempre están dando. Desde las alturas del escenario entregan todo y allá, abajo, sentados en las butacas los espectadores lloran, ríen, piensan, razonan, se culpan, se sinceran, crecen y vuelven a empezar como marionetas a las que les bulle el corazón.

La muerte, además, activa la memoria. Apenas nos dan la noticia, los recuerdos abren el telón y empiezan a verse escenas de una película interminable. En el caso de los actores o de un hombre público o de un familiar el filme se vuelve un largometraje en technicolor para los más viejos o en HDMI para los más chicos.

Ayer apareció la cara de “China” Zorrilla vestida de Emily Dickinson en un teatro marplatense a orillas del mar. Comenzó a recitar poemas de amor y miraba a un punto fijo -mis ojos-. Al terminar la obra y seguro de haber sido el único de los espectadores a los que había hablado, me animé a presumir de esa capacidad de seducción hacia la actriz. Curiosamente, a todos mis interlocutores les había pasado lo mismo. No fue la primera vez. En el cine volví a sentir lo mismo. Ya no me animé ni a presumir ni a preguntar a los demás y sólo me limité a disfrutar de una actriz que supo hacer que un espectador se sintiera único y pleno por un instante.

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