Cameron, ante una situación políticamente difícil

Michael Donhauser - columnista de la agencia DPA

17 Septiembre 2014
Dentro de 24 horas, Escocia votará en referéndum si quiere separarse de la madre patria Reino Unido. En este caso no se trata de una de las lejanas colonias que en el pasado dieron la espalda a Londres en mejores o peores términos. Los 4,2 millones de escocés llamados a las urnas han escuchado un sinfín de argumentos a favor y en contra de la independencia. La campaña iniciada por el Partido Nacional Escocés está en marcha desde 2011 y quienes critican el proceso lamentan que sólo se haya hablado de dinero.

Otro tipo de reflexiones, como por ejemplo sobre el futuro de la nación, o sobre la identidad de los británicos y escoceses, apareció en la campaña más bien de forma subliminal. El Reino Unido, nación con una gran cultura de debate, no ha hecho honor a su prestigio en este caso. “La incapacidad de la campaña del ‘no’ para marcar un tanto concluyente, pasional y convincente a favor de que el Reino Unido permanezca tal y como está, es bastante sorprendente”, afirmó el escritor irlandés Fintan O’Toole en el diario “The Guardian”. “En un primer momento me sorprendió el tono de la campaña del ‘no’, después de me dio asco”, afirmó la escritora escocesa Janice Galloway.

En lugar de sumergirse en un debate de principios, el primer ministro británico, David Cameron, apostó durante mucho tiempo por una estrategia de amenazas. En caso de que los escoceses elijan la independencia, quiere prohibirles el uso de la libra como moneda. Y según la BBC, una semana antes de la votación recurrió a los grandes empresarios y les pidió que anunciaran una subida de precios en los alimentos en caso de que se logre la independencia.

El Ministerio de Finanzas intentó ganar puntos al anunciar los planes de cambio de sede del Royal Bank of Scotland si triunfa la independencia antes de que el consejo de administración tomase una decisión al respecto. Pero, el ministro principal escocés y líder independentista Alex Salmond no ha dejado claro que pasará con la moneda oficial si se separan de Reino Unido.

El referéndum escocés llega en un momento de gran descrédito de la clase política. “Ya no hay nadie que diga la verdad”, tituló la revista política “Spectator”. Y un miembro del gobierno de Londres advirtió que un referéndum sobre la independencia de Inglaterra arrojaría un resultado tan ajustado como prevén los sondeos en el caso escocés. En los últimos días, Cameron ha dado un giro a su política: dejó a un lado la retórica amenazante para impulsar una táctica más cercana. “Por favor, quédense con nosotros”, pidió a los escocés, y les prometió una autonomía máxima bajo el paraguas del Reino Unido. Algunos aseguran haber visto incluso una lagrima en el ojo del premier.

Las palabras de Cameron, que aseguró que un voto a favor de la independencia le “partiría el corazón”, generaron más bien burlas. “No sólo el corazón, sino también el cuello”, dijeron desde Edimburgo los independentistas, con la vista puesta en el incierto futuro del premier en caso de que Escocia se independice. A pesar de que ha insistido en que no dimitirá, le será difícil mantenerse como líder de una formación que oficialmente se llama Partido Conservador y Unionista si el Reino Unido pierde un tercio de su territorio y una décima parte de su población.

Durante mucho tiempo, el primer ministro conservador pareció no tomar realmente en serio el referéndum escocés. Se confió en las encuestas que daban tan sólo el 30 % a los independentistas, ignorando las advertencias de que esa tendencia podría cambiar, como finalmente ha ocurrido en la recta final, que muestra unos pronósticos muy ajustados entre ambas opciones.

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