Con tinta indeleble
Va siendo tiempo de reconocerlo: la verdadera tragedia argentina se está escribiendo en las aulas. Y no con lápiz, sino con tinta indeleble. Una tragedia que mostró su cara más patética días atrás, en el programa “A todo o nada”, de Guido Kaczka, en el que una adolescente que participaba del ciclo no pudo reconocer a Sarmiento cuando le mostraron una foto del prócer. Aún peor: en el momento en que el conductor, sin dar crédito a lo que estaba pasando, empezó a cantar “fue la lucha, tu vida y tu elemento…”, la joven sólo atinó a contestar: “¡Belgrano!”. Así nomás, a la que te criaste (como diría Julio Cortázar), sin ruborizarse ni pestañar. Y todo sucedió -vaya paradoja- justo el Día del Maestro y en medio de la polémica que levantó el anuncio de la implementación del nuevo régimen académico que regirá a partir del año próximo en Buenos Aires. Régimen que incluye, entre otros puntos, la eliminación de los aplazos y la posibilidad de que los alumnos pasen de año aunque no tengan aprobadas dos de las seis asignaturas curriculares. “Otra vez se nivela para bajo”, dijeron los expertos en neurolingüística mientras llovían las críticas por la insólita decisión. Y aunque en Tucumán se seguirá calificando del 0 al 10, la verdad es que la medida podría extenderse al resto de las provincias en cualquier momento. De hecho el mismo ministro de Educación, Alberto Sileoni, avaló los cambios: “Un boletín frío no sirve. A los chicos los tenemos que tener en la escuela, sino se van a la esquina”. En ningún momento habló del esfuerzo. Tampoco habló de aquella vieja noción de mérito que hizo grande a nuestro país. Lo que parece importar ahora es que el alumno esté dentro del aula, lo cual -dicho sea de paso- sería muy positivo si en realidad esta inclusión se hiciera sin perjudicar la calidad educativa. Pero esta modificación va en contra de lo que piensan los especialistas. Por ejemplo: está científicamente demostrado que el esfuerzo y la exigencia no sólo no provocan traumas ni generan inequidad sino que, justamente, hacen trabajar el cerebro (literalmente, lo agrandan) y los chicos que se esfuerzan para conseguir buenas notas tienen muchas más posibilidades de tener carreras exitosas. Es el viejo axioma del esfuérzate y triunfarás. O, como decía Mahatma Gandhi: “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”.

Además, si se mira los sistemas educativos más exitosos del mundo (Finlandia, Corea, Israel, Estados Unidos o el mismo Chile) se podrá comprobar que todos sus niveles y formatos, todas sus disciplinas y estamentos, responden a una práctica eminentemente meritocrática notarial. “A los chicos les gusta ver los progresos que alcanzan con sus esfuerzos. La noción de logro es muy importante para ellos y las notas están para eso. Si no hay ninguna nota que marque sus logros o pasa de grado sin haber obtenido el reconocimiento del logro, se pierde parte de la motivación para aprender”, sostuvo días atrás la directora del Instituto de Neurociencia y Educación de la Fundación Ineco, Florencia Salvarezza en una reveladora nota publicada por La Nación. Y los que se criaron con los antiguos estándares educativos pueden dar fe de que estos dichos son absolutamente ciertos. Por el contrario, ni la distribución indiscriminada de notebooks, ni la flexibilización de las exigencias han podido frenar la caída de la calidad educativa. Una caída que ya roza niveles alarmantes como lo revelan las pruebas PISA o como se pudo ver en el programa de Guido Kaczka.

¿Qué hacer entonces? Bueno, tal vez se pueda revertir la caída recuperando esos viejos axiomas. Es decir: volviendo a una educación que priorice el esfuerzo y el mérito por sobre la facilidad y la falta de motivación. En este sentido, ayer se dieron a conocer en Tucumán los detalles del proceso de reconversión impuesto por la Ley Federal de Educación, que prevé más horas de clase y nuevas materias para el secundario. Es deseable entonces -tal vez esté contemplado- que también se encuentre un lugar para el mérito. Enseñar, por ejemplo, que hay que esforzarse para lograr lo que se quiere en la vida, incluyendo aquello que no gusta tanto. Porque es la formación de hábitos lo que hace que un sujeto pueda tener un mejor desempeño a lo largo de su vida. Además, el esfuerzo y la creatividad van de la mano. Miguel Angel llegó a pintar la Capilla Sixtina después de años de dibujar y borrar. Y en ese trabajo arduo radica su grandeza. Porque la calidad siempre es el resultado del esfuerzo.

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