Ricardo Rojas merece un lugar en toda biblioteca

Ricardo Rojas merece un lugar en toda biblioteca

CLÁSICOS. LA “HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA” SE PUBLICÓ EN OCHO TOMOS. “OLLANTAY” ES DE 1939. CLÁSICOS. LA “HISTORIA DE LA LITERATURA ARGENTINA” SE PUBLICÓ EN OCHO TOMOS. “OLLANTAY” ES DE 1939.
16 Septiembre 2014
“Aquí nació el 16 de setiembre de 1882 el escritor Ricardo Rojas”, informa la placa de cerámica que -felizmente- sobrevive en 24 de Septiembre al 300. La antigua Dirección de Cultura la instaló en 1978 a modo de homenaje, pero también con la intención de recordarle a cada tucumano que de esta tierra surgió una figura cumbre de las letras nacionales.

“La gloria de Ricardo Rojas no se cimenta exclusivamente en sus obras sino en lo que podemos llamar sin limitaciones su genialidad ética. Porque junto a su trabajo constante y sereno como escritor y maestro, como erudito y poeta, su idealismo americano lo impulsaba a la acción, ya sea encarnando el rechazo a la vanagloria de las burocracias culturales o subrayando estoicamente la soledad del intelectual frente a los poderes de este mundo”. (Antonio Pagés Larraya)

Rojos le contó a Juan José Soiza Reilly, durante un reportaje que publicó “Caras y caretas”, que su carrera literaria nació el día que leyó a Dante Alighieri. Antes había escondido algunos versos, garabateados al cabo de un baño en el río Dulce: “ese día sentime tan romántico, tan compenetrado de la naturaleza, que le canté mis endechas a un bosque”. Rojas tenía 12 años y Tucumán había quedado muy atrás, porque la familia regresó a Santiago del Estero apenas cejaron las persecuciones políticas de las que escapaba Absalón Rojas, padre del futuro escritor.

La pluma de Rojas voló entre géneros con asombrosa versatilidad. De la novela a la poesía. Del ensayo al teatro. Trabajó con el rigor del periodista e investigó con la pasión del antropólogo. El interés por pulir los rasgos identitarios del argentino lo convirtieron en biógrafo de San Martín (“El santo de la espada”, llevada al cine por Leopoldo Torre Nilsson) y de Sarmiento (“El profeta de la Pampa”). Esa exploración de la argentinidad se profundiza en ensayos como “La restauración nacionalista” y “El país de la selva”.

Dicen que Rojas no tenía alumnos, sino discípulos. Lo atestiguan la Universidad de Buenos Aires, de la que fue rector durante el segundo mandato de Hipólito Yrigoyen; la de Tucumán, a la que sentía su casa -era amigo de Juan B. Terán, el fundador de la UNT-; y la de Cuyo, donde lo invitaron a pronunciar la clase inaugural, en 1939.

“Rojas fue intensamente provinciano, porque buscó en los seres y en las costumbres de sus días la presencia de un pasado que llevaba en la sangre. Supo escuchar en los sones de la campaña lugareña las horas felices o dolorosas de los suyos. Pudo ser argentino sin límites lugareños. Conquistó un país con su imaginación”. (LA GACETA del 30 de julio de 1957, un día después de la muerte de Rojas. Se produjo en Buenos Aires, cuando el escritor tenía 74 años).

Tras el golpe de 1930 Yrigoyen fue a parar a la isla Martín García y Rojas al penal de Ushuaia. Allí siguió escribiendo y, ¿qué mejor que sumergirse en la historia y en las tradiciones fueguinas? Tomaron forma de libro en “Archipiélago”. Fue por la revancha política en las elecciones de 1945 y esgrimió la candidatura a senador nacional. El peronismo no le perdonó su radicalismo de manual ni la convicción opositora, así que lo despojaron del Premio Nacional de Historia. Rojas renunció a sus cátedras en la UBA, a la que regresó en 1955, cuando Perón encontró el mismo destino que les había tocado a él y a Yrigoyen un cuarto de siglo antes.

Los ocho tomas de su “Historia de la literatura argentina” se publicaron entre 1917 y 1921. En cierto modo, para la ensayística argentina esta monumental y minuciosa obra de Rojas equivale a lo que para la novela francesa representa “En busca del tiempo perdido”, de Proust,

Hay un hilo conductor entre el poeta inspirado de “Lises del blasón” y “La victoria del hombre” y el intelectual capaz de exponer nuestras raíces americanas con la potencia que emerge de “Eurindia” y “Ollantay”. Es el compromiso de Rojas con su tiempo, con su obra y con los lectores.

Tucumán fue mucho más que un dato en la partida de nacimiento de Rojas. Aceptó, agradecido, cada convocatoria. Expuso su pensamiento en discursos, conferencias y tertulias. Es llamativo que ninguna calle de la ciudad lleve su nombre. Será por desconocimiento o por esa costumbre tan tucumana de ignorar a los mejores.

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