Claudia Gargiulo: “Si no cantás con sentimiento no te lo perdono”

Claudia Gargiulo: “Si no cantás con sentimiento no te lo perdono”

El tango y el folclore le salen con naturalidad desde hace décadas a la tucumana radicada en la lejana Maryland

 RECUERDOS A LA HORA DEL ALMUERZO. Claudia conversó con Guillermo Monti y Fabio Ladetto, de LA GACETA, en el restaurante del Hotel Sheraton. RECUERDOS A LA HORA DEL ALMUERZO. Claudia conversó con Guillermo Monti y Fabio Ladetto, de LA GACETA, en el restaurante del Hotel Sheraton.
14 Septiembre 2014
“Dejar el cigarrillo fue peor que un divorcio”, sentencia Claudia Gargiulo, así que ahora los tangos le fluyen libres de humo. No hay puchos en la voz ni maridos en la vida de la cantora. Pasaron miles de atados y dos esposos. Gargiulo, que sabe usar la ironía, tiene sus dardos y los lanza con elegancia.

- ¿Estás en pareja?

- No.

-¿Te reprochás algo en cuestiones del corazón?

- En realidad los reproches que tengo son para los otros.

El sol calienta el mediodía invernal y los ventanales del Sheraton lo invitan a pasar. Gargiulo va despojándose del abrigo. Caen como capas de cebolla una estola elegantísima y un saquito. La blusa roja hace juego con las medias y con la pollera gris. Se levanta los anteojos para estudiar el menú y anuncia: “creo que voy a pedir algo de carne... Sí, el cordero”.

En la escena musical de los 80 los jóvenes se colaron como un ventarrón. Subida a esa ola surfeaba Claudia Gargiulo, enamorada de las canciones de los hermanos Núñez y de Jacinto Piedra. Era el descubrimiento de otro folclore, sin ponchos ni botas, amasado en interminables veladas taficeñas. Pero antes habían pasado cosas.

- Hablanos de tu infancia.

- Uhh, me acuerdo de las kermeses de San Roque... Hay un mito fundacional en torno a mi nacimiento, porque soy la menor de tres hermanos y llegué con una diferencia de 15 años. La cuestión es que mi papá salió a la calle con el auto lleno de gente y gritando a lo loco “¡tengo una hija!” Imaginate, la única mujer y nacida al cabo de tanto tiempo. El quiebre familiar se produjo cuando desapareció mi hermano.

- ¿Cómo era tu relación con él?

- Muy estrecha. Él me dio mi primera bicicleta; él me llevó al cine para ver “Nazareno Cruz y el lobo” cuando era prohibida para mi edad; él me regaló el póster de Robert Redford que colgué arriba de mi cama.

- ¿Y entonces?

- Mi familia lidió desde entonces con ese dolor. Mi mamá fue una de las primeras Madres, viajaba a buscar novedades, le escribió a la mujer de Videla... Pasaron tantos años y todavía cuesta hablar del tema. Hay gente que tuvo o tiene miedo, a la que le resulta difícil decir “tengo un hermano desaparecido”.

- Y después te tocó convivir con el bussismo.

- Hay un tema de fondo y es la necesidad de aprender a respetarnos. Votar a un genocida por el recuerdo de que pintó  las calles o tapió las villas no sólo es una actitud vil; también implica no respetar el dolor ni los sentimientos de los demás. La cuestión del respeto por el otro es una deuda que tenemos y que admiro de Estados Unidos.

Gargiulo está radicada allí desde 2002, pero no nos anticipemos. Había mucha música latiendo en su cuerpo desde chiquita. Serrat y Piazzolla; Spinetta y Charly. Hasta sobremesas con Elio Roca de fondo. Cantar era una necesidad que le brotaba en la Escuela Sarmiento. A los 17 años el “Topo” Encinar la condujo a los brazos de Carlos Podazza, que preparaba la inolvidable “Cantata de las estatuas”. Debutó esculpida por Rodin y se enamoró, para siempre, de los escenarios. “El arte me contenía ideológicamente”, subraya Gargiulo.

- ¿Cuál es la condición que no puede faltarle a un cantante?

- Sentimiento. Si no cantás con sentimiento no te lo perdono.

A Gargiulo se le enfría el cordero. “Está rico”, desliza de todos modos. Le suena el teléfono, enfundado en un coqueto portacelular de color violeta. Puede ser un mensaje de su hija, que estudia en Francia. O de su hijo, que la espera en Estados Unidos. Una estudia a Deleuze y el otro a Prelorán. No hace falta que comente que los extraña, se le nota en los ojos.

El Tucumán bohemio de Gargiulo fue cambiando. A ella le pasaron los años actuando, trabajando, siendo esposa y madre. Cantando mucho y enseñando a hacerlo. Entre el folclore y el tango se dio un gustito rockero. La Bandurria se llamó la banda que armaron con Julio Sulaiman. También integró el grupo Manojo de Calles y la enorgullece haber formado parte de los primeros talleres de verano de la UNT. A veces sonríe porque se le cruza algún recuerdo. Pero no, no dirá de qué se trata.

- ¿Cómo analizás al Tucumán cultural de hoy?

- Siento que el teatro y la música tienen que ir a la gente, a los barrios. Nosotros cantábamos en la plaza, hasta llevamos el arte a la cárcel.

Después empezó a viajar, Primero a Italia, donde se especializó en el dictado de cursos de expresión vocal. Ricardo Steinsleger le bancaba las ausencias en el Coro Estable y la abuela hacía de mamá por pequeñas temporadas.

- No ha sido fácil mi vida, sobre todo en lo económico. Pero una tiene sus satisfacciones, ¿no? Eso sí: voy a tener que trabajar siempre.

- ¿Sos creyente? ¿Nunca te apoyaste en la fe?

- No creo en la Iglesia como institución. La fe es algo bien terrenal, es trabajar para lograr cambios en la sociedad. No creo en la providencia, yo tengo fe en las capacidades humanas.

Con el corazón de la cuchara Gargiulo acaricia los bocados de chocolate, prolijamente alineados en el plato, y después los saborea despacito. Es derecha, mueve las piernas cuando habla y antes de iniciar una frase larga un “aaaa” netamente inglés. Lógico, ya son 12 años de voluntario exilio estadounidense. Allí pintaba paredes mientras en los auriculares repiqueteaban las lecciones del idioma. Se fue acomodando en el sistema educativo, dio clases en una escuela que contaba con un detector de armas en la entrada y, finalmente, hizo pie en la Universidad de Maryland. Allí enseña español.

- ¿Cómo afrontaste el desarraigo?

- Y... fue muy duro. Además, desde lo ideológico me siento cerca de este momento de la Argentina. De Estados Unidos me quedo con el respeto, la civilidad, el buen trato, el darle la razón al otro.

- ¿Y desde afuera cómo se ven las cosas?

- Lo imprescindible es mejorar la educación. Por ahí pasa todo. La educación ayuda a la familia, a la sociedad y al individuo.

- ¿A qué le tenés miedo?

- A lo que no puedo controlar. A lo imprevisto.

Del Sheraton al centro hay pocas cuadras a bordo del taxi. Gargiulo las recorre en silencio,  plumereando rostros y momentos que estaban dormidos. De golpe se habían hecho las cuatro de la tarde.





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