Sirenas en la ciudad atascada

Sirenas en la ciudad atascada

¿Qué probabilidad hay de que uno escuche una sirena en la ciudad? ¿Tres veces por día? ¿Cuatro? El sonido de las ambulancias ya es parte importante del paisaje callejero.

La primera impresión es el impacto del sonido. La sirena, aun cuando es muy poderosa -se regula entre los 102 decibeles y los 130 db- está en un vehículo en movimiento, por lo que su efecto sobre el oído humano (que soporta bien hasta unos 70 db) es breve, acaso menos irritante que los martillos neumáticos, las bocinas sin sentido, las alarmas y hasta la música a todo volumen que se escucha por todas partes. No obstante, es bastante contaminante que a uno le caiga encima un shock de 130 db. Ni pensar en cómo se sentirán los pobres enfermos que son trasladados en las ambulancias.

La segunda impresión es que la sirena despierta solidaridad y reclamo. Se oye desde lejos y los conductores comienzan a tocar bocina para que los demás se hagan a un lado y le den paso. Pero muchos están encerrados en sus autos, sacudiendo sus oídos con música fuerte, con altísimos decibeles, no oyen y no dan paso. Por esta causa, “nos pasa frecuentemente que haya algún tipo de colisión”, dice el médico Juan Palavecino, de la Dirección de Emergencias de la provincia.

La tercera impresión es lo que está invisible por detrás del ruido. Es el aumento geométrico de las emergencias, a partir del incremento de accidentes (el sistema público tuvo un promedio de 11 accidentes por día de semana y 17 por día de fin de semana en 2013) y el aumento brutal de traumas, en especial de motociclistas. Además, el aumento de la cantidad de vehículos y la concentración en una ciudad chica como la capital tucumana ha dado una ciudad trabada a toda hora. Hay en Tucumán unas 120 ambulancias del Estado y unas 70 privadas y todas se estancan o ralentizan al atravesar como nadando en dulce de leche las calles de la ciudad. Sin que se avizore una salida. Las sirenas son un signo de la estridente y neurótica vida urbana.

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