Por Carlos Páez de la Torre H
13 Septiembre 2014
LUCAS CÓRDOBA. Quiso que la provincia gastara lo menos posible durante su estadía en Buenos Aires. la gaceta / archivo
A mediados de 1896, el gobernador de Tucumán, teniente coronel Lucas Córdoba, se trasladó a Buenos Aires. El Congreso iba a debatir un régimen de primas para favorecer la exportación de azúcar, y le parecía fundamental realizar las gestiones para que esa norma fuera aprobada.
Debió permanecer en la capital casi cuatro meses. Su subsecretario de Gobierno, Julio P. Ávila, publicó muchos años después, con anécdotas risueñas, una crónica de esos días. El testimonio mostró, una vez más, tanto la preocupación del gobernador por la ley, como la intachable probidad personal que era marco de sus actos.
Como no quería que la estadía fuera gravosa para la Provincia, don Lucas redujo al mínimo los gastos de alojamiento y de agasajos. Por ejemplo, se invitaban a cada rato a los diputados, para convencerlos de que votaran las primas. Y en esas reuniones, en vez de ofrecerles los habituales habanos después de la comida, les daba los cigarrillos de chala que, por su encargo, don Neptalí Montenegro había traído en cantidad desde Tucumán.
Suprimió los mozos de frac, y reemplazó “todo servicio de confitería con una botella de vermouth, otra de aperital y dos sifones de soda, que guardaba bajo llave en su ropero”. Para terminar con gastos de mensajería, llevó de Tucumán a don Figueroa, portero de la Casa de Gobierno, y le encargó memorizar “los domicilios de las veinte personas con las cuales mantenía relación más frecuente el gobernador”.
Todo esto se reflejó en una gran economía. Al mismo tiempo, el “lobby” armado por don Lucas para lograr la anhelada norma, funcionó a la perfección. El 14 de enero de 1897, la ley de primas quedó sancionada, y el pre1sidente José Evaristo Uriburu la promulgó el 19 de ese mes.
Debió permanecer en la capital casi cuatro meses. Su subsecretario de Gobierno, Julio P. Ávila, publicó muchos años después, con anécdotas risueñas, una crónica de esos días. El testimonio mostró, una vez más, tanto la preocupación del gobernador por la ley, como la intachable probidad personal que era marco de sus actos.
Como no quería que la estadía fuera gravosa para la Provincia, don Lucas redujo al mínimo los gastos de alojamiento y de agasajos. Por ejemplo, se invitaban a cada rato a los diputados, para convencerlos de que votaran las primas. Y en esas reuniones, en vez de ofrecerles los habituales habanos después de la comida, les daba los cigarrillos de chala que, por su encargo, don Neptalí Montenegro había traído en cantidad desde Tucumán.
Suprimió los mozos de frac, y reemplazó “todo servicio de confitería con una botella de vermouth, otra de aperital y dos sifones de soda, que guardaba bajo llave en su ropero”. Para terminar con gastos de mensajería, llevó de Tucumán a don Figueroa, portero de la Casa de Gobierno, y le encargó memorizar “los domicilios de las veinte personas con las cuales mantenía relación más frecuente el gobernador”.
Todo esto se reflejó en una gran economía. Al mismo tiempo, el “lobby” armado por don Lucas para lograr la anhelada norma, funcionó a la perfección. El 14 de enero de 1897, la ley de primas quedó sancionada, y el pre1sidente José Evaristo Uriburu la promulgó el 19 de ese mes.
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