Una obra que resplandece

Una obra que resplandece

Bioy Casares nos pone en contacto con lo prodigioso de una manera absolutamente natural, sin efectismos ni recursos de utilería literaria

PALABRA DE BIOY. “Al borde de las cosas que no se comprenden del todo, inventamos relatos fantásticos”.  PALABRA DE BIOY. “Al borde de las cosas que no se comprenden del todo, inventamos relatos fantásticos”.
14 Septiembre 2014

Por Fernando Sánchez Sorondo - Para LA GACETA - Buenos Aires

“¿Por qué ese arraigo en mí de lo fantástico?”, se pregunta Adolfo Bioy Casares en una entrevista publicada en 1963. Y responde: “El horror y la fascinación del primer enfrentamiento con el más allá se mantienen frescos. Aunque todo el trato que tenemos con él se limita a la desolación de la muerte, no perdemos la esperanza de encontrar la llave que, tras media vuelta, depare otros prodigios. Para oponer a la muerte, inaceptable y fantástica, no nos basta la vida en que nos encontramos tan naturalmente. Nos parece, quizás por error, que la vida no pertenece al más allá, y la misma oscuridad de la muerte nos lleva a suponer, simétricamente, una luz. Al borde de las cosas que no se comprenden del todo, inventamos relatos fantásticos, para aventurar hipótesis o para compartir con otros los vértigos de nuestra perplejidad.”

Parafraseando a Bioy, escribo estas líneas para compartir precisamente los vértigos de otra perplejidad, de otro relato póstumo no menos fantástico: la circunstancia de que hace cien años nacía Adolfo Bioy Casares. Un hecho histórico ocurrido el 15 de septiembre de 1914, y tan inapelable como el de su muerte, el 8 de marzo de 1999.

Pero una muerte que, sin embargo, la juventud de su obra, la vitalidad de sus invenciones, la cercanía de su lenguaje y la vigencia de sus tramas desmienten categóricamente. De modo que no nos convoca hoy sólo la celebración de un mero episodio biológico -porque como escribió Nabokov, a quien Bioy tanto admiraba, no hay nada más vacío que un hecho- sino la oportunidad de honrar y agradecer, al autor que nos ha dado, con sus libros, esa llave que al decir suyo, tras media vuelta, nos depara tantos prodigios para oponer a la muerte.

La obra toda de Adolfo Bioy Casares nos pone en contacto con lo prodigioso de una manera absolutamente natural -como ocurre con la vida misma- sin efectismos ni recursos de utilería literaria y en eso consiste, en mi opinión, lo más valioso y singular de su escritura y lo que tanto seduce en ella. El autor es tan bueno que no se nota, no nos distrae con su talento: desaparece, como un buen Dios, de escena y nos permite olvidar que estamos leyendo un libro, un libro maravilloso, una historia tan bien inventada como irreal, para sentir que la estamos viviendo, que somos contemporáneos y hasta artífices de ese suceder improvisado.

Tanto por ese rasgo que anula desde el vamos la realidad de una mera inventiva como por la ontología misma de su cosmovisión. ¡El suyo sí que es realismo fantástico y mágico a la vez! Es decir, la irradiación fantástica que no sólo se cuela como de contrabando en la vida así llamada real sino que la constituye, que le es propia, que anula toda frontera entre “la realidad y el deseo”, para decirlo con un título del poeta Luis Cernuda.

Ocurre tanto en sus relatos arquetípicamente fantásticos como La invención de Morel o Diario de la guerra del cerdo como con los más modestamente cotidianos: Es el caso, por ejemplo, de su estupendo Un campeón desparejo, que acabo de releer, entusiasmado.

Lo expuso ya y mucho mejor Enrique Pezzoni cuando afirmó al respecto: “Bioy Casares no nos concede la ilusoriedad del mundo o siquiera la de un precio a pagar. Al contrario, nos revela que la ilusión del tiempo y el espacio está hecha para no desaparecer de nuestras vidas; nos obliga a reexaminar términos tales como ‘realidad’ y ‘apariencia’ y nos abandona frente a lo que hay de más ‘real’ en la existencia: esa trama de esfuerzos con que debemos reanudarla, día a día.”

© LA GACETA

Fernando Sánchez Sorondo - Poeta, novelista y cuentista.

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