La justicia por mano propia

La justicia por mano propia

07 Septiembre 2014

Por Alba Omil - Para LA GACETA - Tucumán

Está escrito: es el juez el encargado de “afianzar” la justicia. Pero cuando esa misión flaquea por diferentes razones -sobrepeso de carga, indolencia, intereses de diversa índole- da lugar al resentimiento, la furia y el desborde: la justicia por mano propia. Un ejemplo que ha sido tomado como paradigmático es Fuenteovejuna (Lope de Vega, s. XVII): un pueblo entero, en acción mancomunada por una misma causa, hace justicia por mano propia, único medio para librarse de una situación cruel e insostenible, centralizada en una persona que los agobia y a la que los jueces no pueden tocar. Los códigos del silencio los sostienen; cierto es, y la justicia poética, también. De ahí la respuesta final:

- ¿Quién mató al Comendador?

- Fuenteovejuna, Señor.

Pero siempre, no sólo en este caso, hay que tener en cuenta el contexto en que los hechos se inscriben. En el caso de Fuenteovejuna, el problema va más allá de la inseguridad o de la venganza; está radicado en la honra: en las creencias colectivas, el villano, cristiano viejo; en consecuencia, con limpieza de sangre, tiene honor, y el derecho de venganza es inherente a la posesión de la honra. Y así, matan a nobles caballeros. (Peribáñez, Fuenteovejuna) y el perdón real sanciona este derecho, haciéndolo prevalecer sobre el de la impunidad aristocrática. Esas rebeliones no son para destruir el orden social vigente sino para recomponerlo, según señalan tanto Menéndez Pidal como Américo Castro, dos autoridades en la materia.

¿Cuánta agua, piedras y fango han arrastrado desde entonces hasta hoy, los ríos de la vida? Y la figura del juez supervive, con la misión con que nació y que debe cumplir como Dios manda. Pero de todo hay en la viña del Señor. Hay jueces que cumplen su misión, con sus actos y su ejemplo. Y hay otros.

Estamos en el siglo XXI y siguen dándose situaciones, no iguales en su forma, aunque semejantes en la profundidad, como en Fuenteovejuna o en Peribáñez: la impotencia frente al desborde; las razones del desborde. Y sus consecuencias. Grandes grupos humanos actuando por cuenta propia, fuera de lo que manda la ley.

Hechos brutales, no justificables bajo ningún aspecto, pero que tienen su explicación. Hay razones que los explican (no decimos “justifican”): la postergación, el abuso, la indolencia, el hartazgo, la indefensión. Tal vez esta última sea la palabra clave. Es preciso hacer que las cosas vuelvan a su lugar. El orden ha sido alterado y las autoridades han abdicado de su misión ejemplar (recalcamos esto de ejemplar) y descuidan, u olvidan, sus misiones sagradas. “De ahí que todo un cuerpo pueda asumir, en un momento dado, la autoridad plena del cuerpo social, para defenderlo de una llaga peligrosa”. (F. Lázaro, 1966, p. 198).

¿Qué hacer frente al ataque, frente a la falta de las debidas respuestas, frente a la soledad, el abandono o cuasi abandono de los responsables de la protección? He aquí el problema. No seamos jueces, ni de los agredidos ni de los agresores. Que los reales jueces cumplan su cometido, en tiempo y forma ¿Y se acabará el problema?

A veces el silencio es más elocuente. Optemos por él.

© LA GACETA

Alba Omil - Escritora, editora, profesora de Letras de la UNT.

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