El matador de Pamplona
Gustavo era un fanático de la pesca deportiva. Cultivó desde muy pequeño esa habilidad que heredó de su abuelo, un vasco que se enamoró de Tafí del Valle por la similitud que tiene el paisaje vallisto con su pueblo natal, Artajona. Fue tan grande el amor que el abuelo Kiki sentía por las montañas tucumanas que terminó afincándose en El Mollar, un pueblo que es abrazado por el dique La Angostura. Cuenta la leyenda que el abuelo Kiki fue un reconocido matador de toros de Pamplona, y que tuvo que emigrar a la Argentina, perseguido por el franquismo.

Todos los fines de semana, Gustavo visitaba a su abuelo y pasaba horas pescando en el espejo de agua. Cuando creció, no dejó de viajar a El Mollar. Para escapar de la rutina laboral y del bullicio familiar, Gustavo se escapaba todos los martes a la villa veraniega. Se subía a un pequeño bote a remos en busca del pejerrey. Era el mejor, sin dudas. Cuando finalizaba cada jornada regresaba a la orilla con una bolsa repleta de piezas. Los lugareños que competían con él no lo podían creer. Guardaba un secreto que su abuelo le había regalado. La clave estaba en la carnada que utilizaba: las orugas de los sauces.

El año pasado, Gustavo decidió ir a pescar de noche, como siempre lo había hecho su abuelo. Sorteó el alambrado de una propiedad privada para alcanzar a las orugas más grandes que habitaban en los sauces cercanos a la orilla. Cuando había logrado recolectar unos 30 gusanos, se escuchó una voz grave y ronca que gritó: “¡Después de 50 años te vengo a encontrar, matador!”. En el lugar, sólo había un toro gigante que rumiaba y lanzaba humo por la boca. La embestida del animal fue fatal. El nieto del reconocido torero terminó pagando una vieja deuda.

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