La capacidad de sobreponerse al infortunio

La capacidad de sobreponerse al infortunio

Los abuelos solían repetir a menudo el dicho “nadie tiene la vaca atada”. Nunca se sabe qué puede sucedernos dentro de un minuto. Una persona va caminando tranquilamente por la vereda, cuando de pronto, un automovilista realiza una mala maniobra, se desvía la trayectoria del vehículo y lo atropella. Esta situación, por ejemplo, nos revela la fragilidad del ser humano ante la incertidumbre que le plantea a diario el destino. El individuo siempre está expuesto a las circunstancias y a las acciones de los otros.

En la madrugada del 21 de enero de 2012, en las inmediaciones de una casa de Santa Fe y Esquiú, donde se desarrollaba una fiesta, se produjeron incidentes. En la oportunidad, Tomás Caride, de 16 años, recibió un balazo en la espalda, que lo dejó parapléjico. Estuvo casi 10 meses internado en rehabilitación en Buenos Aires; no puede mover el torso ni las piernas.

El doloroso episodio provocó generó una suerte de terremoto familiar, comenzando por la propia víctima. “No entendía nada de lo que pasaba. No tenía idea de cómo iba a ser después. Primero pensaba que iba estar todo bien y que iba a volver a la normalidad, pero fueron pasando los días y me acordaba de que papá tiene dos amigos que están en sillas de ruedas y me preguntaba ¿por qué si ellos dos no caminan yo voy a volver a caminar?”, contó el joven. Su madre recibió el hecho como “una bomba que cayó en medio de la casa”. “Tuvimos que ir reconstruyendo la vida como se podía. Es increíble cómo de la nada, en un minuto, te cambian la existencia, el futuro, los proyectos… Tomás se fue a bailar, a divertirse, y volvió a los 10 meses. Y te enterás de que hay una cosa que es permanente, que no hay retorno y tenés que entenderlo, salir del shock e ir procesando y aceptando y tratando de ver la mitad del vaso lleno porque si no te morís. Aparte tenía que tratar de no mostrarle el dolor porque él tenía que entender cuál era la realidad, pero se tenía que ir dando cuenta de a poco”, contó.

En lugar de derrumbarse ante la tragedia, Tomás y su familia apostaron a la vida. En el instituto donde estaba internado, el joven se convirtió en un ejemplo de superación para los recién llegados; continuó sus estudios y juega al básquet. Su madre publicó un libro referido a la rehabilitación emocional, que le permitió sobrellevar el trauma.

Hace varios años, comenzó a hablarse de la resiliencia, la capacidad del ser humano para enfrentar con buenos resultados la adversidad, apoyándose en el deseo de superación, sin pensar en el fracaso. Se considera que las personas más resilientes poseen un mayor equilibrio emocional para sobreponerse a las presiones.

La actitud de Tomás y de su familia es, sin duda, digna de resaltar, especialmente, en una sociedad que justamente no estimula la cultura del esfuerzo para concretar un objetivo, para lograr la superación de las adversidades.

La capacidad de resiliencia está en todo ser humano; se trata, por cierto, de desarrollarla. En un minuto, el destino puede cambiar bruscamente y nada puede hacer el hombre porque no maneja el destino ni las leyes de la naturaleza, como tampoco las acciones de los otros. Y si bien es cierto que nunca se está preparado lo suficiente para enfrentar una tragedia, el punto de partida para hacerlo es una actitud positiva; recordar que “nadie tiene la vaca atada” y que la desgracia puede tocar la puerta de nuestra casa.

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