El consejo de Balzac
El gran novelista francés Honoré de Balzac inmortalizó en “Eugenia Grandet”, una frase que sacude el alma. Dice: “Los padres para ser felices tienen que dar. Dar siempre, eso es lo que hace un padre”. Y tal vez sea este consejo, precisamente, lo que nuestra sociedad necesita para dar ese salto ético que tanto estamos exigiendo. Sí, porque la publicidad actual y los medios de comunicación -sobre todo la televisión- hablan mucho del “padre moderno”; de ese que supuestamente cumple casi los mismos roles que una madre: cambia al bebé, le da de comer, lo baña, juega con sus hijos, hace las compras y hasta lleva al colegio a los niños. Pero casi no se habla del “padre presente”. Es decir, ese padre que se toma el tiempo para escuchar a su hijo, que habla de sí mismo con él, que vive los momentos más importantes del niño y que se muestra como una sola unidad con la madre, siempre sin perder su principal rol: el de inculcar valores y principios morales antes que destrezas consumistas. Esto es justamente lo que promueve la campaña que realiza a nivel nacional la Fundación Padres, que insta a los hombres a reafirmar su rol indelegable en la familia; rol que resulta clave para la seguridad de la sociedad. En una interesante nota publicada por “La Nación”, el creador de esa organización, Adrián Dalla’Asta, resumió que el papel de la mujer es el de desarrollar el mundo interno del niño y encargarse de la alimentación (física y emocional), y el del varón es el del vínculo con el mundo externo: “La paternidad es la comunidad”, sostuvo. Convencidos de que para superar la inseguridad hay que trabajar desde distintos enfoques, los integrantes de la Fundación Padres consideran central la recuperación de la familia como valor social; como motor del crecimiento.

¿Por qué ahora? ¿Por qué con tanto énfasis? Porque nunca como ahora se ha detectado tanta ausencia de padres en los hogares argentinos. Y esta situación, según los expertos de la fundación, trae consecuencias visibles. “La ausencia del padre tiene un impacto altísimo en el hijo, que, entre otros aspectos negativos, lo lleva a una mayor predisposición a no respetar la ley”, señalan. Por eso realmente resulta imposible de entender a aquellos padres que dicen: ‘yo le dedico 15 minutos a mi hijo... pero esos 15 minutos ¡son de calidad! Y no se los puede entender porque nunca 15 minutos pueden ser tiempo de calidad. La calidad necesita precisamente tiempo. Necesita del silencio, del compartir paseos, de sentarse a tomar un helado o de leer de a dos. Eso es calidad paterna. El mismo Sigmund Freud (1856-1939) lo pregonaba sin rodeos: “No me cabe concebir ninguna necesidad tan importante durante la infancia de una persona que la necesidad de sentirse protegido por un padre”.

Por eso, va siendo tiempo de asumir que nuestra sociedad necesita menos discurso y más presencia de los padres. No a la manera de un modelo publicitario o de un prototipo de gendarme que sólo hace preguntas para mantener controlados a sus hijos, sino como aquel que dedica el tiempo necesario para alimentar el vínculo. Porque estar presente es sinónimo de estar disponible y atento, de mostrar ganas y de alimentar el diálogo fecundo con menos televisión y más lectura, con menos play y más charlas francas. No siempre se logra, claro está, es díficil. Pero la existencia es un balance de momentos y hay que intentar que los positivos superen a los que no lo son. De eso se trata la vida ¿o no? Además, vivimos en una sociedad en la que si no se es joven se está enfermo. Por eso, para muchos, la paternidad es sinónimo de “señor maduro” y, en consecuencia, hay cada vez más progenitores que dicen: “soy el mejor amigo de mi hijo”. Sin embargo, a ninguno de ellos se les ocurre probar el ser padres -en toda la extensión de la palabra-, que es un desafío mucho más digno que ser amigos. Porque si los hijos quieren amigos pueden tenerlos a montones y de más calidad entre los chicos que los rodean. Son esos amigos los que cumplirán mejor con una condición que jamás podrá tener -ni conviene que tenga- un progenitor: la complicidad. Por eso, mejor dediquémonos a ser padres; porque de esa manera jamás moriremos. Tal como lo quería Balzac.

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