Dos jóvenes voluntarias en África te cuentan sus historias

Dos jóvenes voluntarias en África te cuentan sus historias

Dos jóvenes voluntarias en África te cuentan sus historias
02 Septiembre 2014
La misión de Don Bosco es impensable sin la ayuda de los voluntarios laicos. Muchos jóvenes regalan un año de sus vidas para ayudar en la obra de los salesianos en África. María de Jesús Bruno tiene 21 años y estudia Psicología en la Universidad Católica de la Plata con sede en Rosario de Santa Fe, donde vive con su familia. En la misión salesiana de Lwena, Angola, enseña música -está organizando una banda para la gran fiesta del bicentenario de Don Bosco-, tiene a su cargo la materia biología y también voley femenino. Hace tantas cosas durante el día que por las mañanas le cuesta despertarse a las 7 y a veces sale sin desayunar y con el pelo mojado.

“Si no me tomo una hora de oración por la mañana soy un ogro”, confiesa con voz dulce y alegre. Marijé es focolarina -del Movimiento de los Focolares- y desde que supo de la misión de Angola comenzó a ahorrar dinero, trabajó como niñera y así pudo pagarse una parte del viaje, que ronda los $ 20.000. La otra parte se la costearon sus amigas con donaciones. Por las noches, Marijé se sumerge en facebook donde vuelca todas sus experiencias, siempre buenas, para no afligir a su familia de Argentina. Cuando tiene un tiempo libre va a visitar a las hermanas de María Auxiliadora, que tienen un colegio para mujeres y varones a unas cuadras de donde están los salesianos.

La compañera de Marije es una uruguaya de 24 años, Andrea Martínez, alumna de la carrera de Medicina en Montevideo. Su apostolado en tierras africanas tiene el valor de las empresas que se hacen con esfuerzo y sacrificio. Sus padres no son católicos y hasta el día en que viajó no entendieron el entusiasmo de su hija por ir a trabajar, sin sueldo, para los pobres. “Durante cinco años me preparé para esta misión, superando miedos, especialmente, a lastimar a mi familia. Mi padre quedó muy dolido cuando me fui. Hay que comprenderlo”, se dice a sí misma con tonada montevideana y sin soltar el termo, que abraza aunque ya terminó de tomar mate.

“Mi padre era un hombre humilde, que le costó mucho conseguir todo lo que tuvo. Soy su única hija mujer, me dio la posibilidad de estudiar Medicina y eso lo llena de orgullo. Pero escucharme decir ‘dejo la carrera por un año’ fue un chachetazo para él, una decepción. Me dijo de todo: que me voy por romanticismo, que dejo a mi familia, que no valoro su esfuerzo, que me voy al África y no me importa que mi madre quede preocupada...”, sus ojos se hunden en el piso de la parroquia de San Juan Bosco. Estamos sentadas en un banco. Algunos entran a rezar, pero nada perturba su concentración. La vocación de ayudar a los demás le sale por los poros. A la mañana Andrea ayuda en el puesto de salud de los salesianos, controla los tratamientos y que no falte lo básico en la farmacia. Por la tarde es profesora de Educación Sexual y Reproductiva de chicas de 14 a 19 años, dicta pastoral en la escuela todos los días y enseña fútbol femenino. Por las noches se queda hasta muy tarde haciendo afiches con felpones de colores y collage.

- “¿Cómo llegaste a la familia salesiana?” Sonríe y menea la cabeza con suavidad. “Mi padre quería la mejor educación para su hija, por eso me inscribió en el colegio María Auxiliadora”, me mira con picardía. No sabía lo que significaba ser salesiano. Lo cierto es que yo me hice fanática de Don Bosco. A los 13 años empecé a misionar, participé en la catequesis barrial y en el oratorio. ¡Me agarró fuerte!”, ríe con ganas.

Andrea misionó en el sur del Brasil, en el interior del Uruguay... Pero nunca imaginó venir al África. “Yo no elegí este lugar. Los salesianos te mandan donde creen que mejor vas a responder a tu perfil. A mí la inspectoria uruguaya me pagó todos los gastos, incluido el pasaje, y para eso me preparé muy duro para discernir si quería venir por un llamado de Dios y no por capricho. Soy consciente de que lo importante de misionar es anunciar de la manera que sea, que se pueda, que sos la persona más feliz porque conocés a Dios, que te ama como a nadie. Por eso creo que el verdadero misionero -dice remarcando cada palabra- es
misionero todos los días y también en su propia tierra”.

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