Tucumano, misionero, hincha “veneno” de San Lorenzo, como el Papa

Tucumano, misionero, hincha “veneno” de San Lorenzo, como el Papa

"Nadie pensaba que yo iba a sobrevivir, sólo un guerrillero lo creía. Esa esperanza me salvó".

Tucumano, misionero,   hincha “veneno” de San Lorenzo, como el Papa
02 Septiembre 2014
Había ido a oficiar misa en Luanda, la capital de Angola, y al volver adonde vivía, en Dondo, se encontró con que la ciudad estaba invadida por los guerrilleros de Unita, movimiento que luchaba contra las tropas nacionales en una guerra civil que duró 27 años. “Logré que me dejaran entrar a la misión que estaba tomada por las fuerzas opositoras al gobierno pero ahí nos tuvimos que quedar seis o siete meses sin poder salir. Había muchos enfermos y el alimento y los remedios se habían terminado. Yo escribía todo lo que iba sucediendo hasta que el 28 de noviembre de 1993 quedé en coma palúdico”, cuenta sin dramatismos el padre salesiano Julio Barrientos, tucumano, oriundo de Famaillá. LA GACETA lo entrevista en la cocina de la misión salesiana de Calulo, provincia de Malanje, entre trago y trago que le da a una bebida típica de color lechoso. Jugo de palmera. “¡Eh... está fuertecito!”, exclama con gusto. “En dos horas comienza fermentar, pero al principio es muy dulce”, cuenta sin que nadie de los que están a su alrededor se anime a probarla.

El padre Barrientos vive en Calulo, una ciudad rodeada de palmeras y casas de adobe, con unas cataratas paradisíacas a unos pocos kilómetros. En la misión que comparte con dos sacerdotes, uno brasileño y otro argentino, cordobés, tiene a su cargo una escuela para chicos, jóvenes y adultos, catequesis y muchos talleres de oficios. A la obra de los sacerdotes se suma la de las Hijas de María Auxiliadora.

“Vamos a llevar al padre a Huambo y de ahí tomaremos un avión sanitario hasta un hospital de Luanda”, le contaron al padre Julio que dijo un guerrillero, al verlo ya inconsciente. “¡Nada de eso!”, se opuso un hermano salesiano que ya falleció: “el padre Julio no está en condiciones de viajar. Va a morir en el camino y ustedes seguramente lo van a dejar tirado en la selva. Es mejor que se quede aquí para que lo enterremos en el cementerio de los padres”. “¡Menos mal que era mi hermano!”, suelta una carcajada el padre Julio. “Nadie pensaba que iba a sobrevivir, salvo ese guerrillero que me había tomado cariño. Yo pesaba menos de 50 kilos. Eran tiempos en que todos los días nos confesábamos entre nosotros y nos dábamos la extremaunción porque no sabíamos si iba a haber un día siguiente”, recuerda. La casa de los salesianos se convirtió en refugio para muchos vecinos cuyas casas de adobe no resistían los combates. “Aquí se hace lo que manda la Unita”, le dijeron al hermano. Y así fue como el padre Julio Barrientos pudo contar el cuento.

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