Siempre hay motivos para redescubrir a Soriano

Siempre hay motivos para redescubrir a Soriano

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02 Septiembre 2014
Hace 30 años -en septiembre de 1984- se estrenó “Cuarteles de invierno”, película de Lautaro Murúa basada en la novela de Osvaldo Soriano. La protagonizaron Oscar Ferrigno, Tato Pavlovsky y Ulises Dumont. Un año antes había llegado a los cines “No habrá más penas ni olvido”, otra historia de Soriano ambientada en el ficticio pueblo bonaerense de Colonia Vela, con dirección de Héctor Olivera y un reparto prestigiado por las principales figuras del momento. La admiración que profesaba Olivera por la obra de Soriano -de quien además era un gran amigo- se tradujo después en la adaptación para la pantalla de “Una sombra ya pronto serás”, road-movie estrenada hace dos décadas y con Miguel Ángel Solá en el rol protagónico.

Según Ricardo Piglia, “Cuarteles de invierno” fue la mejor novela argentina que se escribió desde el exilio durante la última dictadura militar.

- ¡Don Ignacio! ¡Nos quieren echar, don Ignacio!

- Tomá la escopeta. Vamos a resistir

- ¿Qué pasa, don Ignacio?

- Dicen que somos bolches.

- ¿Bolches? ¿Cómo bolches? Pero si yo siempre fui peronista... Nunca me metí en política...

El diálogo trascendió la novela y se utilizó mil veces para caracterizar al peronismo y a los peronistas. Ese acierto literario de Soriano es un clásico de su narrativa, cruzada por el humor negro, el grotesco y personajes dotados de una carnadura que disfraza su complejidad. Soriano se sumergió en la cultura popular y la tradujo en historias vibrantes, revestidas con el lenguaje del día a día. Allí también quedó expuesta su sensibilidad,

Alberto Díaz, editor del Grupo Planeta, compara el estilo de Soriano con el de Manuel Puig. De paso, responde con acierto la pregunta: ¿por qué leer a Soriano hoy?

“Ambos (Soriano y Puig) construyen una poética propia a la que se mantienen fieles -sostiene Díaz-. Así establecen un pacto muy fuerte con un universo de lectores que ellos mismos crean. Hoy Soriano no está olvidado: está siendo silenciosamente leído. Las buenas obras no quedan atadas a su tiempo. Vos podés no saber nada de la revolución de julio de 1830, pero leés a Balzac y te tragás la novela.”

A Soriano se lo llevó el cáncer de pulmón cuando a la plenitud creativa le agregaba la experiencia (ese peine que te dan cuando te quedás pelado, al decir de “Ringo” Bonavena). Tenía 54 años de fumador incurable, de noches frente al teclado y días de sueño, de gatos que lo rondaban y fantasías futboleras que lo desvelaban. Si eran con la camiseta de San Lorenzo, mejor.

Dejó siete novelas. A las apuntadas se agregan la entrañable “Triste, solitario y final”, “A sus plantas rendido un león”, “El ojo de la Patria” y el canto del cisne: “La hora sin sombra”. Los relatos cortos, cuentos, perfiles, ensayos y artículos periodísticos quedaron prolijamente consignados en las recopilaciones: “Artistas, locos y criminales”, “Rebeldes, soñadores y fugitivos”, “Cuentos de los años felices”, “Piratas, fantasmas y dinosaurios”, “Arqueros, ilusionistas y goleadores” y “Cómicos, tiranos y leyendas”.

Uno de sus relatos más conocidos, “El penal más largo del mundo”, también llegó al cine. La particularidad es que se trata de una película española, por lo que la anécdota viajó de un pueblo de Río Negro a Europa.

Soriano, que era marplatense, fue un referente del periodismo desde que aterrizó en Primera Plana, cuando despuntaban los 70, hasta las emblemáticas contratapas de Página/12.

La condición de best-seller es un pecado difícil de perdonar para cierta crítica. Soriano la sufrió, sobre todo en los 90. Hay un artículo de la revista “Babel” que todavía es materia de discusión en los ámbitos académicos. Fue a propósito de la aparición de “Una sombra ya pronto serás”. Charlie Feiling afirmó en esa reseña que Soriano le hacía tanto daño a la literatura como Carlos Menem (entonces presidente) al país. Lo tildó de populista y pidió “evitar la idea de que para escribir hay que emborracharse y pelear. De no quedarse, por otra parte, babeando frente a un banderín de Boca Juniors o las estampitas de San Cayetano”. La decisión siempre corrió por cuenta de los lectores, a quienes Soriano se debía y a los que envolvió en cada aventura que propuso.

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