02 Septiembre 2014
El padre José López, un salesiano nacido en Corrientes, calcula que el 60% de los creyentes en Lwena son católicos y que 30%, evangélicos. Lleva dos décadas en Africa y por momentos parece que ha olvidado el castellano. Su tarea es recorrer las 164 aldeas que rodean la misión salesiana.
Junto al padre López LA GACETA visita dos comunidades de Kalunjinji a unos 15 kilómetros de la ciudad. El camino por momentos se pierde y se convierte en un desierto, con subidas y bajadas, donde las cuatro por cuatro hunden sus ruedas. En época de lluvias ningún vehículo llega hasta allí. La capilla São Bento de Sangondo es apenas un refugio hecho con tres paredes sin revoque. Los fieles nos reciben cantando, con palmas y sonrisas. El padre José improvisa un confesionario detrás de la camioneta. Sólo entiende algunas palabras en chokwe, la lengua originaria del este de Angola. En las aldeas y en la periferia de la ciudad son muy pocos los que saben hablar en portugués, apenas un 10%. Son los que han ido a la escuela, los jóvenes y los niños. De allí el rol fundamental de los catequistas, que van traduciendo todo el sermón del cura. Son el nexo entre la comunidad y la Iglesia.
”¿Qué es lo que más lo emocionó en estos 20 años que está en Angola?” pregunto al padre José, mientras maniobra la camioneta para llegar a otra capilla, la de Carlos Luanga, que lleva el nombre de un santo africano. “El espíritu de la gente -contesta-. A pesar de los impedimentos que se les presentan todos los días aquí se vive con mucha esperanza. En vez de deprimirse siempre encuentran una salida. Esto es una lección para muchos de nuestros hermanos argentinos que viven en la queja constante”.
Junto al padre López LA GACETA visita dos comunidades de Kalunjinji a unos 15 kilómetros de la ciudad. El camino por momentos se pierde y se convierte en un desierto, con subidas y bajadas, donde las cuatro por cuatro hunden sus ruedas. En época de lluvias ningún vehículo llega hasta allí. La capilla São Bento de Sangondo es apenas un refugio hecho con tres paredes sin revoque. Los fieles nos reciben cantando, con palmas y sonrisas. El padre José improvisa un confesionario detrás de la camioneta. Sólo entiende algunas palabras en chokwe, la lengua originaria del este de Angola. En las aldeas y en la periferia de la ciudad son muy pocos los que saben hablar en portugués, apenas un 10%. Son los que han ido a la escuela, los jóvenes y los niños. De allí el rol fundamental de los catequistas, que van traduciendo todo el sermón del cura. Son el nexo entre la comunidad y la Iglesia.
”¿Qué es lo que más lo emocionó en estos 20 años que está en Angola?” pregunto al padre José, mientras maniobra la camioneta para llegar a otra capilla, la de Carlos Luanga, que lleva el nombre de un santo africano. “El espíritu de la gente -contesta-. A pesar de los impedimentos que se les presentan todos los días aquí se vive con mucha esperanza. En vez de deprimirse siempre encuentran una salida. Esto es una lección para muchos de nuestros hermanos argentinos que viven en la queja constante”.
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