El 50% de los pacientes que atienden por día sufre malaria

El 50% de los pacientes que atienden por día sufre malaria

PACIENTES. Muchos caminan horas para llegar a la clínica  donde los atienden y les dan remedios. PACIENTES. Muchos caminan horas para llegar a la clínica donde los atienden y les dan remedios.
01 Septiembre 2014
Seis de la mañana. El sol hace brillar los trajes multicolores de las mujeres angoleñas, con sus pañuelos atados a la cabeza y otras veces con racimos de trenzas que las hacen lucir aún más altas y esbeltas. Sentados en la galería de la clínica “Jesús salva”, que la Iglesia Cristiana Evangélica tiene en tierras africanas, un poco más abajo de la mitad del continente, hombres y mujeres esperan junto a sus hijos, la llegada de cuatro argentinos residentes en Lwena. Son un matrimonio de médicos, egresados de la UNT, y dos enfermeras, una de ellas recibida también en Tucumán.

“¡Bon dia!”, saludan en cantarino portugués. “¡Bon dia! ¿Tudo bem?”, responden bajando de su vieja Land Rover el tucumano Juan Emilio Palacios y la salteña Adriana Rosseto. En el asiento trasero vienen las enfermeras Elizabeth Rueda, que vivió y estudió desde su adolescencia en Tucumán, y Mónica Liliana Díaz, de Salta. Les espera una jornada de ocho horas corridas en la que atenderán unos 200 pacientes, en su mayoría niños malnutridos. El 50 % de todos ellos llega vencido por la malaria (que es como aquí se conoce al paludismo), después de haber visto fracasar la medicina del brujo de su aldea.

En las puertas de cada sala hay carteles pegados con la imagen de una mamadera cruzada con una cruz, con la leyenda: “Prohibido camoma. Eso intoxica y mata”. “¿Qué significa?”, pregunto a una mamá de larga pollera multicolor que cuida a un niño que lloriquea en su cama. “Es medicina tradicional”, explica. “Los doctores no la quieren aquí”, dice con una mueca tan fea como si ella misma estuviera probando ese brebaje. “Se la da el kimbandero (el brujo)”, interviene una voluntaria argentina, de las muchas que visitan durante todo el año la misión. Es Mariana Urbina, de Bahía Blanca. “Es un preparado con ajo, hojas de árbol y naftalina; creen que eso mata los bichos de la panza. Después que la toman los chicos llegan casi muertos a la emergencia, algunos no se salvan”. Vuelve sobre sus pasos y regresa con una mamadera con un líquido blancuzco, con ramitas y una bolita en su interior. “Sentí lo que es esto”, me la acerca a la nariz. Veneno puro. Adriana suele desafiar a las madres. “¡A ver … tomalo vos!”, amaga.

El sida es otro enemigo que ronda como un tigre el Africa subsahariana. Adriana, que es ginecóloga, les hace el test a todas las embarazadas. Al menos seis por mes dan positivo. “Esta semana hemos diagnosticado cuatro casos, uno de ellos es una mamá con su hijito”, cuenta la médica con gesto triste. El resto consulta por diarrea, tuberculosis, diabetes e hipertensión arterial.

En la clínica hay capacidad para 20 camas, pero la quieren ampliar a 30. Se necesita un servicio de hemoterapia (muchos niños mueren de camino al hospital estatal de Lwena). Hay sólo dos ambulancias para toda la ciudad. También hace falta laminar con plomo las paredes del cuarto de radiología y, además, necesitan contador hematológico.

Los recursos de la clínica provienen de la consulta médica. Cuatro dólares para los que pueden pagar y para los que no, es gratis.

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