Una revolución verde
Seguro que leíste esa frase: “No te pido que limpies, sino que no ensucies” en varios espacios públicos. La basura es, quizás, la parte visible de la importancia que se le da al medio ambiente en la sociedad. ¿Por qué hay que pedirle a la gente que no ensucie, que no tire sus desperdicios en la vereda o que no deje el resto del picnic en el parque? Yendo más allá: ¿por qué hay que protestar para que una multinacional no contamine o para que un gobierno no permita que saqueen las riquezas naturales del pueblo? ¿Qué pasa que gran parte del mundo se vuelve en contra del propio ambiente en el que vive? No existen las casualidades. Por algo el papa Francisco prepara una encíclica sobre la ecología, no sólo la natural, sino también la humana. Por algo tomó el nombre de San Francisco de Asís, patrono de la ecología. Una alerta. El que quiera entender que entienda.

Los tucumanos nos acostumbramos a respirar en una nube de polvo y smog. El ingreso a la capital es una mugre. Una de las vías principales (el camino de Sirga) para acceder a la “Ciudad Jardín” es una ruta de basura. Si se plantan 100 árboles, sobreviven 30. A los más crecidos los vecinos les cementan sus raíces, los talan sin consideraciones y les pintan sus troncos.

Quizás la primera gran cura para enfrentar las enfermedades del mundo posmoderno sea volver a las raíces. No sólo a las del árbol, sino a lo que dicta la naturaleza humana y natural. Plantar, comer sano, respetar el ambiente, descansar lo que pide el cuerpo y la mente, respirar profundo, rezar y creer. De nada vale despotricar con lo que ya existe, porque no va a cambiar. Pero sí se puede soñar más verde y armar una revolución.

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