Por la camiseta
“En Boca -dijo una vez Silvio Marzolini- el ídolo es la camiseta”. Algo así como la vieja sentencia de que “los hombres pasan, pero las instituciones quedan”. Pero hay “hombres” y “hombres”, claro. Lo saben hoy los miles de hinchas de Boca que recuerdan cuando Carlos Bianchi desembarcó en un Boca que era “un cabaret” y lo convirtió en el equipo más veces campeón en la historia del club. Con un equipo que parecía indestructible y que tenía un líder indiscutido, Juan Román Riquelme, no por nada elegido máximo ídolo histórico del equipo, por delante de nombres míticos como Antonio Rattín, Angel Clemente Rojas, Diego Maradona y el propio Marzolini, por citar a algunos de los principales.

Bien, el Boca del “Virrey”, el Boca de Román, cerró esta semana definitivamente su ciclo. Los ciclos son inevitables. Para todos. Pero Boca lo cerró de uno de los peores modos posibles. Hoy comienza la etapa de la reconstrucción. A falta de ídolos, comienza la etapa de la “camiseta”.

A esa “camiseta”, según cuentan, apeló Bianchi en uno de sus momentos acaso más fuertes en su vínculo con Boca. La charla previa a la final Intercontinental contra Real Madrid. Cuando sabía que Martín Palermo podía estar enojado porque él no hizo caso a su pedido y puso de titular a Marcelo Delgado y que también Riquelme estaba enojado enterado de que Palermo había solicitado al DT que pusiera como socio de ataque a su amigo Guillermo Barros Schelotto. Cuentan que Bianchi se quebró, que lloró, que tardó unos minutos en volver a hablar. Que habló del esfuerzo hecho para llegar a Japón. “Unidos”, insistió una y otra vez. Y Delgado y Riquelme dieron los pases a Palermo para que Boca se pusiera rápidamente 2-0. Eran tiempos en los que las charlas de Bianchi sí llegaban a los jugadores. Y en los que el DT realmente sacaba “agua de las piedras”, como lo mostró su decisión de incluir al voluntarioso Aníbal Matellán para anular al notable Luis Figo. Cada decisión suya, por sorprendente que pareciera ser, terminaba en pleno: ¿o no recordamos cuando hizo entrar a Palermo casi con muletas para que anotara su gol en un clásico copero contra River?

Bianchi acertaba hasta la elección del capitán, el colombiano Jorge “Patrón” Bermúdez, punto intermedio en la puja Riquelme-Palermo. Un colombiano que se había hecho fuerte jugando descalzo de niño en Colombia y que le decían “Muralla” cuando empezó a jugar en la Primera en su país. “El Patrón” que durmió abrazado a la Intercontinental tras el triunfo ante Real Madrid. Y que fue ovacionado la tarde que volvió a pisar la Bombonera con la camiseta de Newell’s, que dejó rápido, porque se dio cuenta que la única camiseta que podía seguir vistiendo en Argentina era la de Boca. “¿Y a Carlos cómo lo ves?”, preguntó unos días atrás ese mismo “Patrón”, ya periodista de ESPN, a Román, ahora jugador de Argentinos Juniors. “Y… está un poco grande, a veces confunde algunos nombres”, contó Román, sin inocencia. Fue acaso uno de los mensajes más contundentes de que los tiempos, en esta nueva vuelta, era bien distintos. Y que los años de gloria eran acaso imposibles de repetir.

En más de año y medio, el Boca de Bianchi no jugó bien casi nunca. Ganó apenas el 45 por ciento de los puntos. Sólo 22 triunfos en 74 partidos. Poquísimo para Boca, más aún si admitimos que el fútbol argentino no fue precisamente la Liga más difícil del mundo en ese período. Hubo títulos disponibles para todos. Menos para Boca. Bianchi asumió que Boca debía arriesgar algo más y no jugar tan refugiado como antes. Y se desnudó allí una vieja ley del fútbol. Que puede ser mucho más fácil ganar esperando y aguantando un resultado que salir a buscarlo, que arriesgar atacando. Su Boca, más adelantado, más expuesto, perdió todo orden defensivo. Y, más grave aún, los riesgos fueron inútiles. Porque atacó sin convicción. Porque fue casi siempre previsible. Román, irregular, en una pierna, como sea, igual sirvió para disimular la pobreza. Cuando él se fue, todo pareció venirse abajo. Y la prensa, que horas antes se burlaba del “Virrey”, habló el viernes de “falta de respeto para el técnico más exitoso en la historia del club”.

“Primero que todo, a mí me dicen míster”, cuentan que se presentó al plantel otro DT mítico de Boca, el “Toto” Lorenzo. Dicen que los sábados antes de los partidos la cena era siempre la misma: polenta y dos albóndigas, para que a los jugadores les quedara claro qué era lo que tenían que poner los domingos. Con Alberto J. Armando, presidente célebre, el “Toto” formó una dupla polémica y por momentos indestructible. Mauricio Macri-Bianchi los superaron. A Macri, los éxitos le sirvieron para convertirse en Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Su delfín, Daniel Angelici, debió recuperar al “Virrey” y a Román no por amor, sino por necesidad. Lo hizo a disgusto y nunca lo disimuló. El “Toto” se fue y dejó un tendal. Se buscó un ídolo máximo para aguantar el chubasco. Pero Rattín casi manda al equipo a la B y, peor aún, denunció que “Toto” le había dejado un plantel liquidado, con secuelas de supuesto uso indiscriminado de doping. A aquel Boca no le quedó siquiera el consuelo de la camiseta. Era tal el caos en 1984 que el club fue intervenido por el gobierno radical, porque Boca, sino, iba a la quiebra. Boca llegó a salir a la cancha con una camiseta precaria, con números dibujados con marcadores, que se borronearon con los sudores del primer tiempo.

Boca hoy está lejos de esa situación. El club está lejos de la quiebra. Al “Vasco” Arruabarrena, querido por los hinchas porque como jugador dio siempre todo por Boca, le toca hoy el inicio de la reconstrucción, porque el presidente Angelici negó finalmente la posibilidad de la despedida digna que había pedido el “Virrey” en caso de nueva derrota ante Vélez. Se fue mal Román. Se fue mal el “Virrey”. Angelici sabe que, si los resultados no se revierten, el próximo puede ser él. La asamblea del viernes por la noche, con insultos, sillazos y gritos, fue un anticipo. Alguna prensa, que publicaba en tapa las asambleas golpistas contra Javier Cantero, que derivaron en el desembarco de Hugo Moyano en Independiente, casi ni dio importancia a lo de Boca, tal vez porque, en este caso, los negocios dudosos favorecen a empresas y políticos amigos.

El fútbol, generoso, suele darle cabida a todos. Y Boca es una caja de resonancia como pocas. Eso sí, si la pelotita no entra, todo se hace más difícil. Para el DT exitoso. Para el ídolo número uno. Y también para el presidente con proyecto político.

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