La capital se llenó de humo

Unos dirán que es una cortina de humo hablar de trasladar la capital a Santiago del Estero. Puede ser.

Quizás porque la posibilidad de que este gobierno concrete un proyecto de esa envergadura es muy remota. Como el Polo Audiovisual en la isla Demarchi, el tren bala, los radares 3 D, los celulares estatales Libre.ar, el submarino nuclear de Nilda Garré, la limpieza de los ríos contaminados, las inversiones chinas, la reactivación ferroviaria, las decenas de autopistas prometidas o la urbanización de las 1.000 villas, entre tantos otros planes anunciados y no consumados.

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La inflación, la inseguridad, el narcotráfico, el desempleo y la pobreza, entre otros problemas reales, no figuran en la agenda mediática presidencial. Según la mandataria, estos son sólo sensaciones instaladas por medios opositores y desestabilizadores.

De todos modos, no cualquier asunto puede ser utilizado de cortina de humo para desviar la atención de las verdaderas preocupaciones. Debe ser o bien un dislate fenomenal o una necesidad urgente y trascendente. Y el traslado de la capital figura en la larga lista de carencias estructurales que tiene la Argentina. Un país unitario, absolutamente centralizado en Buenos Aires, donde las desigualdades no dejan de profundizarse desde hace 200 años.

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No es casual que desde la presidencia de Domingo Sarmiento hasta hoy se hayan presentado más de 40 proyectos para remover el centro político del país. “Si se consulta el mapa geográfico de la Argentina, se notará que es, casi sin excepción de país alguno de la tierra, el más ruinosamente organizado para la distribución proporcional de su riqueza, el poder y la civilización por todas las provincias confederadas”, sostenía Sarmiento en un ensayo de 1850 (“El traslado de la capital. Antecedentes”, El Archivoscopio, La Nación). Tampoco es la primera vez que se propone a Santiago del Estero. Ya lo hizo en 1973 el senador Francisco Eduardo del Cerro.

La postergación del norte, la región más pobre del país, es uno de los problemas estructurales más serios que tiene la Argentina. Lo admitió varias veces Néstor Kirchner y también Cristina. Incluso fue en ese contexto en que la presidenta barajó la posibilidad de “mudar la Casa Rosada”.

Una bomba de humo para una región que sigue tan pobre como siempre en relación al resto del país. Una zona que ha recibido muchos recursos del gobierno central durante esta gestión, pero la mayoría dirigidos a parchar la coyuntura y muy pocos a dar soluciones de fondo.

El norte lidera todos los índices negativos: pobreza, desempleo, educación, transporte público y servicios básicos. La región tiene la red vial más retrasada del país, con Tucumán a la cabeza, y los trenes no existen, medio fundamental para provincias tan alejadas del puerto.

Ni siquiera pudieron hacer funcionar el convoy Tucumán-Concepción, un recorrido de apenas 70 kilómetros. Obra que, por otro lado, se pagó y que el gobernador José Alperovich inauguró cuatro veces por cadena nacional.

Hace unos días, Eduardo Buzzi, titular de la Federación Agraria, explicó que es más caro el flete de algunos productos desde Salta al puerto de Rosario, que de Rosario a Amsterdam. Un tucumano, para volar a otra provincia del norte debe ir antes a Buenos Aires, algo inviable para cualquier bolsillo.

La única comunicación entre Tucumán y Salta, las dos ciudades más importantes de la región, es a través de una ruta muy peligrosa, atestada de autos, camiones y colectivos. También es increíble que no haya trenes entre el NOA y el NEA y que tampoco existan ferrocarriles ni aviones hacia los puertos del Pacífico, los más cercanos a esta región.

Un tucumano paga más caro la luz y el gas que un porteño, con ingresos tres veces más bajos en promedio. Igual con el boleto de ómnibus, más caro que un viaje en subte. Son sólo algunos ejemplos de una larga lista de desigualdades entre el puerto y las provincias, principalmente las del norte.

Con una presidenta que le dedica más tiempo a su pelea con los medios que a la pobreza y con gobernadores genuflexos ante el centralismo porteño no se avizora un cambio cerca. Es así que el anuncio de Cristina sonó más a “como no les puedo dar soluciones, les doy la capital. Sean felices”. Aunque esto tampoco ocurrirá.

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