Eso que llamamos solidaridad
Será que es levantarse una mañana y tirarse un baldazo de agua fría para promover la concientización sobre la Esclerosis Lateral Amiotrófica (E.L.A.). O será que es limpiar a fondo la casa, embolsar todo eso que ya no nos sirve y dejarlo en la calle para que se lo lleven los más necesitados.

Todos sabemos que es bueno ser solidarios. En el fondo, nos encantaría serlo. Aplaudimos a los que donan órganos, a los voluntarios que entregan su tiempo ayudando a los niños y ancianos enfermos y a las cocineras de los comedores escolares.

Pero si tenemos que hacerlo nosotros, probablemente no nos alcance el tiempo.

El último estudio de la consultora TNS Gallup deja en claro que algo está fallando en nuestra percepción sobre la solidaridad. La gran mayoría de los argentinos se considera solidaria. Sin embargo, sólo uno de cada 10 habitantes de este país realizó tareas voluntarias durante 2013.

A Juan Carr, fundador de la Red Solidaria, no le gusta hablar de “donación”. No porque esté mal, para nada. Si no porque cree que la verdadera revolución tiene que ver con el darse uno, con poner el cuerpo. Dar tiempo, involucrarse, comprometerse, encontrarse con otro, recibir algo de ese otro cuando uno da.

Muy lejos queda, entonces, esa idea de que soy solidario porque pego un montón de frases en Facebook o comparto en mi muro pedidos de ayuda para los más necesitados. Tampoco me convencen quienes reparten donaciones con las pecheras de este o aquel partido político. La solidaridad es amiga del silencio y del anonimato, no tiene rostro, simplemente es un acto de desprendimiento genuino. No necesita fotos ni créditos.

Hay famosos que donan millones pero ni siquiera conocen a los receptores de ese dinero. Y hay quienes con muy pocos recursos a mano consiguen el milagro de cada día: que un enfermo no se sienta solo, que un niño con capacidades especiales disfrute una tarde a caballo, que una persona que vive en la calle tenga un almuerzo familiar de vez en cuando.

Cuando uno escucha estas historias -la mayoría anónimas-, se da cuenta de que lo económico es una anécdota. Y no porque no tenga valor. Sino porque en el fondo, como decía Neruda, “la solidaridad es la ternura de los pueblos”.

Lo bueno es que uno no nace solidario. Es algo que se aprende. No importa la edad. Según Carr, “hay que empezar por levantar la vista; la mayoría de los necesitados son invisibles. Hay que salir un rato de uno, moverse, movilizarse”.

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