“Toda mi vida ha sido esto: buscar un sentido a la vida”

“Toda mi vida ha sido esto: buscar un sentido a la vida”

Para muchos es el mayor escritor argentino vivo. Publicó recientemente Diarios 1954-1991. Aquí habla sobre ese imperdible recorrido por sus ideas y experiencias de buena parte de su existencia. “En algún sentido, todos simulamos, mentimos, deformamos, omitimos aún cuando digamos la verdad”, afirma

31 Agosto 2014

Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Tucumán

- Los Diarios reúnen varios cuadernos y hojas sueltas y combinan las notas de circunstancia, la cita culta y razonada, la reflexión sobre los procesos de escritura, los esbozos, los proyectos y los “fracasos”. ¿Por qué decidió escribir los diarios?

- Mis Diarios no nacieron como diarios. Eran cuadernos en los que anotaba poemas, bocetos de cuentos, reflexiones personales. Pasó mucho tiempo antes de que comenzara a fecharlos y separara lo ficcional de lo autobiográfico. Comienzan a ser diarios, en el sentido tradicional de la palabra, hacia 1956.

- En la larga carta dirigida a Arnoldo Liberman usted se refiere a su relación con Sabato. Ahí dice que “hay dos Sabato”. Después de los años, ¿sigue pensando de esa manera? ¿Qué opina del desprecio que ha vertido buena parte de la crítica sobre la obra de Sabato?

- Opino no sólo que hay dos Sabato, sino muchos, como pasa con todos los escritores para no hablar de todas las personas. No conozco esa crítica a la cual usted se refiere; no leo a los críticos. Lo que he dicho muchas veces es que hubo y hay una especie de nuevo deporte nacional: criticarlo a Sabato, y ese deporte ha estado, a veces, ejercido por gente que apenas lo había leído. Las opiniones adversas sobre Sabato, que yo sepa, se refieren más bien a sus conductas ambiguas, a sus contradictorias opciones políticas y hasta a su mal carácter. Lo que nadie puede negar, supongo, es que Sobre héroes y tumbas, El túnel, Uno y el Universo y Hombres y engranajes son libros ineludibles dentro de la literatura argentina. No diría lo mismo de sus demás libros y, sobre todo, no diría lo mismo de Abaddón. En cuanto a mi relación con Sabato, me remito a las páginas de mis Diarios.

- A propósito del golpe militar del 76, usted anota: “No permitir que el terror se meta en mi cuaderno”. En este sentido, se podría decir que la política no aparece en los diarios. ¿Por qué?

- Sí, la política aparece en los Diarios. Lo que no permití que se metiera en ellos fue el terror. La política aparece con los textos sobre el Cordobazo, sobre la muerte del Che, sobre el sentido que en la época de Lanusse tuvo la vuelta de Perón a la Argentina. Durante la dictadura, la política entra en el momento en que sucede el golpe militar y muy explícitamente en la anotación del 5 de mayo de 1982. Dice: “¿En qué va a terminar esto?: en la caída de la Junta Militar. Son tan imbéciles que no se dan cuenta de que, cuando esto termine, van a tener que irse. ¿Por qué? Porque -aparte de que nadie gana una guerra- esta guerra en especial, esta locura, está decidida desde que empezó. Tal vez la política se metió nomás en mi cuaderno. Muy bien. Los trotskistas se han vuelto locos: apoyan a los militares argentinos. Hablan de un país colonial luchando contra un Imperio. ¿De dónde saca sus teorías esta gente? ¿Y los militares? Si fueran capaces de hacerlo, si les quedara decencia, cuando esto termine tendrían que suicidarse.” Y sigue.

- Hay pocas referencias sobre su especial relación con Marechal. ¿Podría hablar de su relación con Marechal y de la valoración de sus libros?

- Sí. Quise y admiré mucho a Leopoldo Marechal. Considero que Adán Buenosayres es una de las mayores novelas de la lengua castellana. Marechal era peronista, yo no; Marechal era creyente en Dios, yo no. Esas diferencias no impidieron mi amistad y mi admiración. Probablemente esta última parte de la respuesta baste para contestar la pregunta.

- En la página 591 usted dice que no hay “Ninguna muerte de las utopías; estamos, precisamente, en el momento de forjar nuevas utopías”. Esto lo escribió en 1990. ¿Qué piensa de esto hoy, en 2014?

- Lo mismo.

- Hay una entrada sobre el Ulises, de Joyce. ¿Por qué cree que es un libro legendario, clásico. ¿Qué le ha interesado a usted de este libro?

- Creo que es un libro legendario y clásico porque lo es. No se puede hablar de la novelística del siglo XX sin mencionar a cuatro escritores: Proust, Kafka, Thomas Mann, el otro es Joyce. Los cuatro escribieron novelas más o menos al mismo tiempo y es como si hubieran agotado las posibilidades del género. No digo que la agotaron; digo: es como si.

- Usted ha dejado claro, en varias ocasiones, que es un error tomar el yo del narrador como un reflejo de del yo del autor. Es decir, la ficción no puede ser (no es) un reflejo de la vida. Piglia dice que algunos ensayos suyos pueden leerse como una parte de su autobiografía. ¿Pueden leerse los Diarios como un capítulo de su autobiografía?

- Sí.

- En el libro se pueden leer anotaciones que cuestionan la idea de veracidad en la escritura de un diario. Pienso por ejemplo en estas anotaciones: “¿Se podrá ser sincero en un diario?” o “Miento hasta cuando digo la verdad”. ¿Por qué le interesa el género? (si acaso lo ve como un género). Y cómo piensa a la verdad en relación con la escritura de no ficción, en este caso el diario.

- La imposibilidad de ser sincero en un diario ya fue planteada por Dostoievski, uno de los hombres más sinceros que han existido. El propio Amiel, en su diario íntimo, la cuestiona. Hablar en profundidad de esto llevaría horas y nos remitiría al célebre texto de las conductas de la mala fe que plantea Sartre en El ser y la nada. En algún sentido, todos simulamos, mentimos, deformamos, omitimos aún cuando digamos la verdad. Llegar a la verdad absoluta en cualquier problema referido a uno mismo implicaría un conocimiento de sí que es imposible de tener. Incluso si digo “soy insincero” esto puede leerse como una extrema sinceridad, y al mismo tiempo, como una coartada. La buena fe, la sinceridad y la autenticidad de mis Diarios, no las puedo decidir yo, tendrá que decidirlas el lector.

- La publicación de diarios de autores argentinos es escasa. Salvo los de Bioy, Gombrowicz y Piglia, los escritores argentinos no han publicado piezas memorables. ¿Usted cree que hay diarios más literarios que otros? ¿Le parece que el diario es un género literario? Y quiero poner más énfasis en la palabra “literario”.

- No conozco los diarios de Piglia y, si no me equivoco, no se han publicado en libro; Gombrowicz, por su parte, era un escritor polaco que vivió en la Argentina. Pero faltarían mencionar los de Alejandra Pizarnik que, aunque no son estrictamente “diarios”, pertenecen en buena medida al género. En cuanto al final de su pregunta, sí, por supuesto, son un género literario. Pienso en los diarios de Gide, de Cheever, de Kafka, de Virgina Woolf, de Katherine Mansfield o de Tolstói.

- Unamuno es uno de los filósofos más citados en el libro (junto a Sartre y Nietzsche). ¿Por qué sostiene que la preocupación de este filósofo es algo así como la fe de un ateo?

- Porque lo es. Unamuno no creía en Dios, necesitaba creer en Dios y lo instalaba en el mundo de su pensamiento. Y lo mismo puede decirse de Pascal y de Tolstói.

- “Toda mi vida ha sido esto: buscar un sentido a la vida”, escribe en 1959. ¿Sigue buscando? ¿O le ha encontrado un sentido?

- Cuando escribí eso debía tener 23 años. O sea que era un poco petulante. Ahora, a los 79 puedo decir que toda mi vida, sí, ha sido esto: buscar un sentido a la vida.

© LA GACETA

PERFIL

Abelardo Castillo nació en San Pedro, provincia de Buenos Aires, en 1935. Fundó y dirigió las legendarias revistas El Escarabajo de Oro, considerada por la crítica como la más prestigiosa publicación literaria de los años 60, y El Ornitorrinco, la primera y más importante revista de la resistencia cultural durante los años de la dictadura. Novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista, ha publicado, entre otros títulos, El otro Judas, Las otras puertas, Israfel, Cuentos crueles, Crónica de un iniciado y El evangelio según Van Hutten. Recibió, entre otras distinciones, el Premio de Autores Contemporáneos de la Unesco, el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores y el Konex de Platino.

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Fragmento de Diarios 1954 -1991*

Por Abelardo Castillo

“Por fin, sucedió, por fin vinieron. Yo estaba solo en casa, gracias a Dios. Sylvia está en Junín. Hoy, es decir, anoche, a eso de las nueve o tal vez más temprano, la policía estuvo en casa. Escrito así parece aterrador, y quizá lo fue, pero yo no lo viví de ese modo. Quiero ser muy preciso. Lo peor, en estos casos, es dejarse llevar por la literatura patética o heroica. El que vino fue un oficial de policía -de la seccional sexta, supongo- acompañado por dos muchachos muy jóvenes, que parecían más bien conscriptos, y que estaban armados con metralletas. Tocaron directamente el timbre de mi puerta, y eso fue una suerte: si hubieran llamado desde abajo, habría sido peor; yo habría tenido que esperar que subieran los dos pisos de escalera. Así me sorprendió pero no me dio tiempo a imaginar nada; simplemente, un oficial de la policía estaba ahí, en mi puerta. Cuando abrí el postigo sólo vi a uno de los dos muchachos armados. El oficial dijo que quería conversar un momento conmigo, que era una cuestión de rutina. Intentaba ser amable, o lo era realmente. ‘Voy a buscar la llave’, le dije. ‘Vaya, vaya tranquilo’, me dijo. Entré en el escritorio, saqué de encima de la biblioteca el cuadro del Che, lo llevé al dormitorio y lo puse sobre la cama. Confieso que pensé ponerlo debajo, pero no fui capaz. Me dio vergüenza; era dejarse ganar por el miedo. Y era ridículo: si venían a buscarme o a buscar algo, iban a encontrarlo igual. O, mejor, iban a ponerlo ellos mismos, sin esperar a encontrarlo”. 

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* Alfaguara.

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