Arriba de un caballo encontraron autoestima, inserción social, terapia física y amigos del alma

Arriba de un caballo encontraron autoestima, inserción social, terapia física y amigos del alma

Liana es una entidad que ayuda a los chicos con capacidades especiales. Tiene muy pocos voluntarios y trabaja en un predio que le prestaron hasta diciembre. No dan abasto para atender las solicitudes

A PASEAR EL PONY. Los jóvenes toman una cuerda y llevan al pequeño animal a dar una vuelta por el predio. A PASEAR EL PONY. Los jóvenes toman una cuerda y llevan al pequeño animal a dar una vuelta por el predio.
Natalia está angustiada. Le duele la garganta y le molesta que el sol haya salido tan fuerte. Es jueves a la siesta y en el corral ella duda si hoy va a montar a “Sam”, un caballo blanco, extremadamente dócil. “Dale, te va a hacer bien”, la animan sus compañeros. La joven se sube y se aferra rápido al animal, mientras una maestra la ayuda a dar un paseo.

Al final de la vuelta, la jinete menuda, vestida de rosa, no para de sonreír sobre el lomo de uno de los 13 caballos que tiene la Fundación Liana. Natalia mueve las manos. Saluda. Esos instantes al trote le alegraron el día, la hicieron volver contenta a su casa: un hogar de Concepción para personas en situación de riesgo.

Natalia tiene “veintipico” años. O quizás 30. Nadie lo sabe bien. La joven tiene retraso madurativo y es huérfana. Dos veces a la semana, asiste a las clases de equinoterapia que dicta la Fundación Liana en un predio ubicado en el límite de Alto Verde con Concepción. Esta entidad es la única en todo el sur de la provincia que propone la estimulación y rehabilitación psicofísica a través del caballo para chicos y grandes con capacidades especiales. Concurren personas con enfermedades leves o graves y también otros que carecen de tutor legal.

Fortaleza
De entre medio de los caballos aparecen Sara Lía Rojas, presidenta de la fundación, y Denys Cejas, voluntaria. Las dos tienen la fuerza de un volcán. Esa fortaleza sale especialmente del corazón de ellas, que trabajan a diario para arrancarles una sonrisa a los jóvenes. Y lo hacen sin recibir nada material a cambio. Además de estar en Liana, son docentes del taller laboral Jeuco (Jóvenes Especiales Unidos de Concepción).

En la Fundación Liana se hace todo a pulmón. Tienen muy pocos recursos y sólo dos voluntarios para atender a los más de 25 chicos y adultos que asisten. Pero eso no es lo que más les angustia a Sara Lía y a Denys. La mala noticia es que en poco más de tres meses esta institución se quedará en la calle. Sucede que el predio en el que funciona es prestado. Y los dueños, una agrupación gaucha del sur, ya les pusieron fecha de devolución: en diciembre de este año.

“Lamentablemente no tenemos un lugar propio para funcionar”, explica Sara Lía. También quisieran ayudar a más personas con capacidades especiales. “Tenemos un montón de solicitudes, gente que viene de muchas ciudades del sur, desde Santa Ana, Aguilares, etcétera. No damos abasto, no nos alcanzan los recursos para atender a más de 25 personas”, resalta.

Esfuerzo
Algunos chicos hacen un gran esfuerzo para estar presentes en las clases de equinoterapia. Para llegar al predio de Liana, hay que ingresar por la ruta 65 (que une Concepción con Alpachiri), a la altura del barrio Policial. Desde ahí, se deben transitar unos dos kilómetros de un camino de tierra desolado.

Felipe (28 años), por ejemplo, hace ese trayecto en gran parte a pie. “Me gusta mucho”, dice el joven. Es uno de los pocos que puede pronunciar algunas palabras. No obstante, todos han aprendido a comunicarse muy bien con sus manos, con la mirada y con algo que no les falta a ninguno: la sonrisa.

Laura la llama a Sara Lía una y otra vez. Le dice “Mamá”. Eso significa que es hora de sacar a pasear al único pony de la Fundación, “Ponyo”. Todos hacen una larga fila y agarran una soga con la que dan una vuelta por el predio.

Contra las cuerdas
El vínculo que se crea entre los caballos y los chicos es muy importante, señalan las docentes. Será por eso que Ezequiel, de 20 años, no quiere faltar ni un día a las clases de equinoterapia. Hace un esfuerzo increíble para llegar desde Río Seco. Espera calladito su turno para subirse al equino. Y cada vez que puede les saca fotos a los animales. “Es muy hábil con el celular”, cuenta Denys. Él asiente con la cabeza, y esconde su mirada tímida bajo la visera de una gorra de “Ben 10”. Ya casi ha aprendido a manejar solo el caballo. Por las dudas, lo ayuda Francisco, uno de los pocos voluntarios que tiene la fundación.

Aunque Sara Lía reconoce que su fundación está contra las cuerdas, cree ciegamente en este proyecto que gestiona. “La mayoría de esta gente es de escasos recursos. No podría jamás pagarse una terapia en San Miguel de Tucumán. Si Liana cierra, los únicos perjudicados son ellos. No sólo disfrutan de andar a caballo, se han hecho amigos, se han integrado”, sostiene.

Sara Lía dice que es muy difícil explicar las sensaciones que le genera este trabajo. “Recibo mucho amor a cambio. Por eso, siempre digo que lo que hago no es caridad ni es un pasatiempo. Para mí, es una caricia directa al corazón”.


Temas Concepción
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios