La niñez pisoteada
“Movete, pelotudo”. Son las 19.45 en la esquina de Mendoza y Muñecas, hora de pleno bullicio, pero la orden-insulto se escucha clarita. Hay un ruludito de no más de dos años, polera azul y gigantescos ojos almendrados, que está petrificado. El miedo no se le adivina; lo lleva escrito en el gesto. Una mujer -se supone que su madre- lo tironea. Un hombre -¿el padre?- tiene la mirada clavada en la pantalla del celular. Desde la garita un policía se ríe. El maltrato le causa gracia. Alrededor todo es indiferencia.

Un niño de 13 años fue asesinado a balazos en una canchita de fútbol del conurbano capitalino. A balazos. El hecho es tan grave que se visibiliza y LA GACETA lo publica. Del iceberg de la violencia en los márgenes poco y nada se sabe, por más que el Titanic social haya impactado hace rato con la realidad de chicos que matan y chicos que mueren en Tucumán. Mientras usted lee este tema libre, un prepúber (varón o mujer) está siendo violado por un integrante de su familia. Al pavoroso porcentaje de abusos se lo calcula sin estadísticas en la mano, porque de tan naturalizados los casos prácticamente no se denuncian.

En nuestro correo los maestros hacen catarsis y los lectores se indignan. Un chico abusado sin contención es un abusador en potencia y los signos se exteriorizan en el aula. En la calle esa agresividad va más allá del insulto y de los arrebatos de furia. Ahí lo que se juega es la vida.

La salud física y mental de los niños es carne de cañón en el Tucumán real y profundo. Las segundas y terceras generaciones de excluidos, quienes nunca vieron a sus padres o a sus abuelos yendo a trabajar, por ejemplo, carecen de las mínimas nociones de ciudadanía. Para ellos no hay derechos vulnerados; simplemente, no hay derechos. Dice una canción que cuando la marea baja queda expuesto el basural. En Tucumán la marea ni siquiera sube por un rato.

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