Tengo la casa sola
Primaria. Mañana agitada, colectivo frente a la puerta del colegio y un campamento esperando a pocos kilómetros de la ciudad. Las manos de

todos nosotros hacen el clásico vaivén en dirección a ellos y cuando los perdemos de vista, aparece un silencio.

Segundos después, alguien grita: “¡un fin de semana sin papás!”. “¡Ehhhhhhhhh!”, respondemos todos con la onomatopeya. Dos días sin padres era motivo de festejo para varios. Nada tenía que ver el cariño sino la sensación de que nuestra libertad ampliaba un poco más sus horizontes. La autoridad también viajaba al campamento en forma de maestros pero por alguna razón no era lo mismo.

Ni qué decir cuando ellos eran los que decidían partir y dejarnos la casa sola. Quizás la imaginación volaba mucho más de lo que la realidad finalmente permitía pero el solo hecho de fantasear con amigos invitados a dormir, quedarse despierto hasta la madrugada, jugar a la pelota en el living sin reproches, o hacer fiestas cuando ya nos había picado el bichito de la adolescencia, era suficiente emoción para esperar con ansias cada viaje paterno y materno.

“Tengo la casa sola”, solía ser el anuncio acompañado de todas esas intenciones. Ahora, varios años después, papá y mamá se fueron de viaje y pasarán un mes afuera. A la casa la tengo sola pero desde hace dos años, pero porque ya no vivo con ellos. Aún así, esa sensación de una travesura gestándose en mi cabeza vuelve a aparecer.

Eso sí: pese a todo, algo me pasa ahora que no me pasaba antes… ¡Los voy a extrañar!

Temas Tucumán
Tamaño texto
Comentarios
Comentarios