El abandono de los barrios periféricos

El abandono de los barrios periféricos

21 Agosto 2014
Informes y denuncias de vecinos y visitantes de numerosos barrios de la periferia de nuestra ciudad y de la mayoría de los municipios del interior dan cuenta del estado lamentable de abandono o directamente de la inexistencia de la infraestructura de los servicios públicos que esas zonas deberían disponer.

Documentadas a través de imágenes, textos y hasta videos (muchísimas, a través de cartas de lectores), pobladores de esos distritos, mayormente ocupados por vecinos de condiciones sociales humildes, se han ocupado de advertir a las autoridades, a la opinión pública y a la comunidad tucumana de las dificultades que enfrentan a diario para poder encarar sus actividades cotidianas. En casi todos los reclamos se manifiesta una misma urgencia y necesidad: la falta de una infraestructura adecuada, o por lo menos con idéntica cobertura que la que disponen los habitantes de las zonas más céntricas o residenciales.

Así, en esa lista de las protestas vecinales figuran los problemas que padecen para desplazarse de un sitio a otro, tanto por la práctica escasez de pavimento o bien porque el construido ya está completamente deteriorado, los problemas de recorrido de las líneas de colectivos, la virtual inexistencia de veredas, graves deficiencias en el alumbrado público, los alarmantes problemas de inseguridad a cualquier hora del día, pero dramáticamente más grave en las noches, las rotura de la cañería que transforman en río a las calles, entre los más señalados.

Pero también la amarga queja vecinal da cuenta de que en la mayoría de esos barrios postergados casi no existen plazas o espacios públicos para el descanso y las reuniones sociales, o bien, que cuando figuran como parte de la realidad urbana, esos sitios padecen los mismos descuidos y desidias que el resto de la infraestructura barrial.

Baches que se convierten en lodazales, a veces de muy larga data, han impuesto en muchos casos, un cambio de recorrido en los colectivos con el consiguiente trastorno agregado para los habitantes de esos lugares. Pero, en los días de lluvias, todas esas dificultades se multiplican para esos atribulados vecinos; hasta se conocen que hubo casos que han derivado en infortunios y accidentes personales con perjuicios laborales y económicos.

Lejos de la visibilidad que tienen circunscripciones más céntricas, esas barriadas -e incluso localidades semirurales- se enfrentan directamente al desamparo o -a veces- a la circunstancial atención que promueven la proximidades del algunos de las elecciones.

Pero es justo también decir que se conocen cada vez más los casos de vecinos que impulsan acciones de solidaridad y reconstrucción con sus barrios. Gentes que intenta reparar o mejorar la plaza próxima, otros que se juntan para tapar los destrozos del pavimento o reparar veredas son señales de que el espíritu comunitario de superación está vivo entre esos ciudadanos de la periferia. Extraña y aflige que tanto las autoridades municipales, provinciales o comunales no se hayan percatado de estas situaciones de desamparo. Una tarea de relevamiento de las necesidades básicas infraestructurales de la periferia -de nuestra ciudad y de las demás ciudades de la provincia- y la puesta en marcha de planes de obras públicas que respondan a esas demandas no parece una decisión política imposible. El subdesarrollo de esos distritos impone una respuesta inmediata de las autoridades.

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