En el barrio Obrero, los vecinos se sienten “presos” de la cárcel

En el barrio Obrero, los vecinos se sienten “presos” de la cárcel

Del otro lado de las rejas, hay quejas porque se sienten inseguros. Los peores días: cuando hay fugas o acuartelamientos de internos. Una calle sucia y sin pavimento. No hay nada que temer, dice la Policía.

PRESO EN SU PROPIA CASA. Alejandro Gramajo observa la abandonada calle del barrio Obrero detrás de las rejas con las que se protege de los robos. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll PRESO EN SU PROPIA CASA. Alejandro Gramajo observa la abandonada calle del barrio Obrero detrás de las rejas con las que se protege de los robos. la gaceta / fotos de osvaldo ripoll

“Cuando digo que vivo en el barrio Obrero enseguida viene el chiste: ¿adentro o afuera de la cárcel? Estoy afuera, pero en casa me siento más presa que los que están adentro del penal”. La que habla es Eva Emilia Gómez. Tiene 64 años y hace 21 que habita una vivienda ubicada justo frente a la Unidad 3 de encausados de Concepción.

En el límite noreste de la ciudad, el penal, que ocupa un predio de una manzana delimitada por las calles Heredia, Jujuy y Sarmiento, proyecta una sombra tan pesada que alcanza para estigmatizar a todo el barrio Obrero, aunque apenas represente una pequeña porción de éste.

No es fácil acostumbrarse a vivir del otro lado de las rejas, dicen los vecinos. Los gritos de los detenidos y de sus familiares, la falta de higiene en calles, los acuartelamientos de algunos internos y la inseguridad en la zona son algunas de las quejas que transmiten con indignación y sin resignarse a lo que les sucede. Además, sostienen que por tratarse del barrio que aloja al penal, es uno de los más olvidados.

Los muros de la cárcel miden 5,40 metros. Luego hay una cerca de alambre, dañada en algunos sectores. Del otro lado de la calle Jujuy, en uno de los laterales del penal, Eva vive totalmente encerrada. Hasta techó el patio de su casa con rejas. “Nunca te acostumbrás ni a los gritos, ni a los móviles trayendo presos ni a la inseguridad. Aquí hay muchísimos robos, tiroteos. Se supone que deberíamos estar más vigilados ya que vivimos frente a un lugar ultracontrolado”, detalla la mujer, que tiene un quiosco. Vive junto a su esposo y a un hijo adolescente.

La situación en el barrio se complica cuando hay escapes o acuartelamientos. A fines de julio, un preso se subió al techo del penal. “Estuvo durante más de tres horas ahí arriba. Se había cortado todo el cuerpo, estaba sangrando. Su familia vino a apoyarlo desde afuera. Decían que estaba protestando porque adentro de la cárcel sufren malos tratos. Te imaginás que estábamos con mucho miedo ”, detalló María Coronel, otra vecina del penal. “Cuando ocurren estas cosas, tenés que tener todo cerrado y mandarte a guardar”, agrega.

Abandonados
A algunos vecinos de la calle Heredia al 1.200, justo frente a la fachada del penal, lo que les molesta es el abandono que hay en el lugar. “Te sentís discriminado por vivir cerca de la cárcel. Y si no, ¿cómo explicás que es la única cuadra de todo el barrio sin pavimentar? Aquí está todo desvalorizado y descuidado. Vienen los carros y tiran basura. Nosotros nos cansamos de pedir que limpien y controlen este lugar, pero no tenemos respuestas”, cuenta Alejandro Gramajo, de 69 años.

Alejandro asegura que vive en ese barrio “porque no me queda más opción”. “Es lo que pude comprar”, resalta. A su casa, pintada de anaranjado, le puso rejas por todas partes. “Me robaron la moto dos veces. Estamos siempre encerrados. De noche, no salimos ni aunque tengamos una emergencia”, destaca este jubilado, padre de dos hijas.

“Esta es una zona muy postergada. Vivimos intranquilos porque hay mucho vandalismo. Por las noches, grupos de jóvenes se juntan a consumir drogas, tiran pedradas y rompen los focos del alumbrado público”, cuenta Mabel Martínez, de 38 años.

Cuadro de situación
La Unidad N° 3 del Sistema Penitenciario Provincial fue inaugurada en el siglo pasado con el objetivo de dar un lugar a los presos por causas ocurridas en todo el sur de la provincia. Hasta 1983 también hubo una cárcel de mujeres en el centro de Concepción.

El establecimiento carcelario de la Perla del Sur tiene alojados unos 270 presos por distintos delitos. La mayoría de ellos (222 internos) no tiene condenas, según el último informe del Sistema Nacional de Estadísticas sobre Ejecución de la Pena (Sneep).

La última vez que se hicieron grandes obras en esta cárcel fue en 1972, cuando se creó un pabellón nuevo con capacidad para 300 personas.

A 300 metros de la unidad penitenciaria se encuentra el cauce del río Gastona. Hasta hace unos años los vecinos del barrio Obrero podían ir a bañarse allí porque había merenderos y un camino para acceder al río. “Hoy es imposible llegar. Está todo lleno de yuyos y lo más probable es que te asalten en esa zona”, dice Juliana Domínguez, madre de dos adolescentes.

A ella no le molesta vivir cerca de la cárcel. “Yo me crié aquí y estoy habituada. Igual es deprimente ver ese muro todos los días”, dice. Alberto Carrizo es otro de los vecinos que se acostumbró a convivir con el penal de Concepción. “Nunca tuve ningún problema; a mí los presos no me molestan”, aclara el hombre, custodiado por dos perros rottweiler.

En el barrio Obrero hay casas de todo tipo: están las pequeñas de madera y también están aquellas de dos pisos con materiales de primera calidad. Por la calle principal, la Heredia, circulan más que nada motocicletas y autos. Casi todos doblan a la derecha antes de llegar a la última cuadra, donde asoman los muros del penal. ¿Están sugestionados? “Yo, por las dudas, no me acerco. Uno nunca sabe”, dice Rogelio Sáez, vecino de la zona. Recuerda que una vez vio un preso saltando con una soga el paredón. Una de esas instantáneas de la cárcel que siempre siembra pánico.

ANÉCDOTAS AL OTRO LADO DEL MURO

- Una tarde de película.- La anécdota más recordada por los vecinos de la cárcel de Concepción se remonta al 13 de enero de 2009. Ese día, a la siesta, un preso, Jorge Cuenca, arrastró cinco metros de escalera que había fabricado uniendo trapos con marcos de ventanas del penal, y la apoyó sobre el muro de 5,40 metros de altura que da a calle Heredia. Junto a otro interno subieron hasta la cima del paredón y luego se descolgaron hacia un techo de chapa. Después descendieron por una ventana. El único guardiacárcel que estaba de custodia en lo alto del muro advirtió la maniobra, pero no pudo detenerlo. Cuenca corrió y subió a un auto en el que lo esperaban dos cómplices. Fue una tarde de película: hubo tiros, corridas y gritos.

- Navidad para el olvido.- Era la Nochebuena de 2011 y algunos familiares habían ido a visitar a los reclusos del penal de Concepción. La requisa previa a la visita enfureció a los internos de la cárcel que optaron por amotinarse. “Me acuerdo que pasamos Navidad encerrados en casa. Se oían golpes, gritos y al final quemaron colchones. Yo no pude pegar un ojo esa noche, estaba aterrorizada”, recuerda Isabel Frías.

- El enfermero, de rehén.- Uno de los hechos más sangrientos que se recuerdan en el penal de Concepción ocurrió en enero de 1971. Cerca de 20 presidiarios se trenzaron en lucha con otros internos. En total, hubo seis heridos. En 2000 hubo dos violentas revueltas: una ocurrió en enero, cuando los presos se subieron a los techos exigiendo la renuncia del director. En mayo, un grupo de menores tomó como rehén a un enfermero. Después de hablar con el director del penal, los internos se calmaron.

- El asalto que desvela a los vecinos.-
Los vecinos del barrio Obrero sostienen que hay robos todos los días. Nadie olvida el asalto ocurrido a mediados de julio en una forrajería, a dos cuadras del penal de Concepción. Dos delincuentes encapuchados ingresaron al comercio, apuntaron a las víctimas con armas de fuego y se apoderaron de la recaudación. Según la denuncia, los ladrones llegaron al lugar en una moto y se alzaron con un botín de $ 20.000. “Después de ese robo quedamos muy intranquilos en el barrio”, resalta Manuel Villalongo, vecino.

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