“Quería contar los años de plomo sin hablar de ello particularmente”

“Quería contar los años de plomo sin hablar de ello particularmente”

El autor de Una muchacha muy bella habla sobre su novela, un libro sobre la memoria y los 70, con un enfoque original. “La gente que había pasado la tragedia nacional y le habían secuestrado a los padres, tenía algo que los hermanaba y los hacía sentir menos solos”, afirma en la entrevista

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17 Agosto 2014

Por Verónica Boix y Gonzalo Garcés - Para LA GACETA - Buenos Aires

“No me acuerdo que me olvido, estoy corriendo todo el tiempo, me compro agendas y nunca las miro”, dice Julián López mientras se sienta en el bar. El poeta, narrador y periodista cultural contará que le gustan las paradojas. Será por eso que la primera novela de este desmemoriado, Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia), es un libro sobre la memoria. Es una serie de velos traslúcidos que insinúan la tragedia detrás de los detalles entrañables de los 70. Los chocolatines Jack o los Topolino, una nave espacial de papel glasé como recortes precisos de una infancia, tejidos para hablar de algo más. Es la melancolía infiltrándose en el cuerpo del que lee para sacudirlo y dejarlo temblando. Es la silueta de una madre que aparece sensual detrás del humo de los cigarrillos 43/70. Como dirá Lopez, su narrador es un chico con una mirada candorosa que tiene uranio enriquecido entre las manos. Es decir, un nene jugando con la bomba atómica.

- El narrador es un chico enamorado de su mamá y al mismo tiempo un hombre que la define como mujer ¿Cómo encontraste ese tono?

- La voz apareció y me tomó de sorpresa, me asaltó. Lo que tenía que hacer era entregarme a un flujo que aparecía y que era súper caudaloso. Sabía que no tenía que infantilizar la voz. Una de las cosas que siempre me llama la atención es cómo lo cultural aborda lo infantil, la idea de un niño como mitad de persona. El tiempo de la memoria tenía que ser difuso; me ayudaba a construir la subjetividad de ese pibe enamorado de una mujer hermosa y que ese vínculo estuviera atravesado por la sensualidad y por la tristeza.

- Se nota que hay capas en el libro, los recuerdos, los detalles, la visión sensual de la madre y por debajo melancolía.

- Yo quería contar los años de plomo sin hablar de ello particularmente. Me interesaba contar un vínculo cerrado sobre sí que hablara de un momento social importante. Es una novela de pistas, desde la primera página fui sembrando la desaparición pero cuidándome de no revelar nada, capa sobre capa. Me parecía que la intimidad de un departamento y un vínculo tan solitario y tan aislado me permitía concentrarme en los detalle de lo que fue la vida en esos años. Siempre quise escribir sobre esos años con un abordaje que pretendía que fuera distinto.

- A diferencia de la gente que militó -que estuvo contenida en un tejido de personas-, ellos están aislados, les sacaste la red.

- Sí, eso es lo más mentiroso del libro, porque primero la madre tiene miedo. Las militantes no tenían miedo, la situación y el momento universal las llevaba, por lo menos por lo que pude recoger yo. El valor de la vida personal estaba muy disminuido. Todo eso es lo más mentiroso pero yo lo necesitaba porque quería hablar de otra cosa, de lo que hace el Estado a una subjetividad, de cómo el Estado arrasa y recompone. De cómo meterme con el discurso de la memoria.

- Tu libro habla del tema de los desaparecidos pero lo trasciende, hace de la ausencia una cuestión de todo el que lo lee.

- Sí, la ausencia no es solamente ese espanto. La ausencia es una cosa de la condición humana. En algún sentido la última parte del libro se planta contra la idea hegemónica de que ese es el único sufrimiento. Por eso aparecen estas dos chicas, ingresan dos personajes que ridiculizan al protagonista, se le ríen en la cara ridiculizan su historia porque para ellas, en todo caso, no terminó la dictadura.

- Y por eso también lo liberan.

- Exactamente. La literatura tiene un discurso único, por eso él no lee porque siempre lee lo mismo: “yo soy una víctima del estado”. Eso lo pone en un lugar absolutamente impropio. Yo necesitaba que él realmente se liberara. Para mí tiene un final súper feliz. Es una tragedia, desde ya, pero una tragedia que para alguna gente nunca terminó.

- La madre quisiera que el hijo la libere del yugo de ser madre ¿Los que militaron colocaron esa carga sobre sus hijos?

- No, pero entiendo la lectura es correcta. A mí me interesaba poner una madre que también odia a su hijo, porque la pone en un lugar de la vida del que ya no se vuelve, una mujer que se convierte en madre. Esa es la fantasía de la liberación de la que no se puede volver.

- Y aquel que llegó para condenarla a ser madre debe ser el mismo que la libere.

- Claro, exacto. Y la idea de la liberación a partir de valores masculinos. Necesitaba que el chico estuviera solo y que las presencias masculinas fueran muy oblicuas. Perón estaba muerto y la militancia estaba huérfana y muy lanzada a una cosa que ya estaba desbocada.

- Toda la literatura es en algún punto autobiografía ¿En qué sentido lo es tu novela?

- Hay cosas que me pasaron a mí, pero el núcleo central no, yo no soy hijo de desaparecidos, ni mi madre murió secuestrada, pero soy un argentino que creció en esos años, también esa es mi biografía. Es un tema que me constituye completamente. De hecho, una periodista hija de desaparecidos estaba segura que yo lo era. Cuando le dije que no, fue todo un momento porque ella se sentía muy hermanada conmigo por la novela y ahí se quedó extrañada, incluso había regalado mucho el libro como un testimonio.

- Dijiste que hubieras preferido que tu mamá se muriera por ideales en lugar de tener una muerte civil.

- Era algo que me pasaba cuando yo era chico, mi vieja murió de una muerte civil, normal, que para mí y mi familia fue una tragedia espantosa. Marcó mi vida y una manera de estar en el mundo. Pero yo me daba cuenta de que la gente que había pasado la tragedia nacional y le habían secuestrado a los padres tenía algo que los hermanaba y los hacía sentir menos solos. Yo los veía y decía: yo quiero eso, una historia que sostenga mi drama personal. Y no había nada en mi caso. Por eso la experiencia de escribir la novela fue absolutamente catártica.

- ¿Qué reveló?

- Reveló que podía tener una relación con el mundo (se ríe). Es un chiste medio exagerado. Me reveló que la escritura es un sistema que vive por sí mismo y tenés que estar loco para embarcarte en él y ser súper humilde para ponerte a disposición de algo que te excede.

© LA GACETA

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