La vida con Picasso
Genial entre los artistas geniales, Pablo Picasso (1881-1973) fue también un exponente de esa justicia rara que priva de virtudes y modales mínimos a los grandes maestros. El hombre que enamoraba -y todavía enamora- con un talento sobrecogedor para la creación plástica prefería ser admirado antes que amado y hacía ostentación de un egoísmo exhibicionista: así al menos lo retrató Françoise Gilot (1921) en “Vida con Picasso”, ese clásico de la autobiografía que la ex amante, musa y discípula del pintor publicó hace medio siglo.

El padre de “Guernica” ya había pasado por el realismo; los períodos azul y rosa; el cubismo; el clasicismo y el surrealismo cuando conoció a Gilot, entonces 40 años más joven. El romance se desencadenó en el París ocupado por los nazis y perduró hasta 1953: en el ínterin nacieron Claude y Paloma, y el universo doméstico elevado que solían frecuentar desde André Malraux hasta Henri Matisse descendió a los subsuelos del Dante. El mito había caído y lo que quedaba era un déspota perfecto.

Ese ser despojado de aura proyectaba su toxicidad sin culpa; se permitía el horror de provocar el sufrimiento ajeno sólo para divertirse y no conocía más ideales que su propia conveniencia. “Pablo creía que la vida consistía en un juego sin límites; era capaz de hacer cualquier cosa para conseguir lo que quería y dedicaba sus movimientos más bajos a quienes apreciaba más. Sólo respetaba a los que esperaban lo peor de él y le mostraban su desconfianza”, escribió Gilot a propósito de la relación de amor-odio-celos-devoción que unía a Picasso con su colega Georges Braque.

Al final, ella lo dejó a él: Picasso, que hasta entonces había sido el matador oficial de sus amoríos, jamás le perdonó el atrevimiento. Y en ese afán de odio, hizo lo que pudo para evitar que los diarios y memorias de Gilot quedasen inmortalizados en el libro que esta le dedicó. Pero “Vida con Picasso” no está escrito con venganza, sino con paz e, incluso, veneración por lo que había de venerable en el creador. Como la obsesión por la innovación y la experimentación que habita en esta cita de Pablo rescatada por Françoise: “el arte y la libertad, como el fuego de Prometeo, son valores que debemos robar para usar en contra del orden establecido porque sólo es artista quien ha cruzado el número máximo de barreras”.

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