José, como Cristina; Juan, como José

José, como Cristina; Juan, como José

José Alperovich y Cristina Fernández de Kirchner tienen algo en común: no pueden vivir sin identificar un enemigo con quien pelear. En esa dialéctica de la confrontación, valen tanto las palabras como cualquier otro recurso a su alcance. El tucumano dedicó buena parte de su gestión a disputar poder con la Justicia, con los abogados, con opositores y hasta con oficialistas. Fernando Juri y José Cano pueden dar fe de esa lógica. Al peronista lo aniquiló en 2006, pero con el radical no pudo y sólo acrecentó su figura.

Para la retirada, el gobernador no escogió un opositor como blanco de sus diatribas, pese al susto electoral que se llevó en las legislativas del año pasado. El enemigo que se puso enfrente es el intendente Domingo Amaya. Contra él vuelca su enojo y sus reproches. Lo responsabiliza por la victoria del radicalismo en la Capital, y no soporta que Amaya pretenda erigirse como el sucesor oficialista sin pasar por el tamiz de su dedo señalador. “José no puede vivir sin pelear con alguien”, lo retrató uno de los pocos mirandistas que aún subsisten en su reducido círculo de confianza.

Amaya es el rival a doblegar y así deben interpretarse las intromisiones en las políticas de erradicación de los vendedores ambulantes, de limpieza de los accesos capitalinos y de obras públicas. La guerra, como cualquier guerra, es absurda. Pero esta, además de involucrar los recursos públicos, los derrocha. Es el caso de las más de 200 cuadras de cordón cuneta que hará la Provincia en la ciudad, sin consultar antes a la Intendencia por el estado de las calles elegidas. El primer bochorno tuvo lugar el jueves. Personal de empresas contratadas por la Municipalidad que demarcaban los tramos por mejorar en Villa Amalia recibieron la visita de empleados provinciales para instarlos a dejar la tarea, porque esas cuadras figuraban en el plan del PE. El viernes, apurado, Amaya fue a supervisar esas obras para “marcarle territorio” al alperovichismo.

Con el gobernador sin reelección, el intendente es el oficialista con mejor imagen, según admiten las encuestas alperovichistas, amayistas y opositoras. Pero el peronismo no se vuelca en su favor porque el intendente, en soledad, difícilmente pueda frente al aparato. Y muchísimos oficialistas no están dispuestos a rifar su futuro sin una garantía de sobrevida en el posalperovichismo. La misión de Alperovich es someter a Amaya, para aniquilarlo o para tenerlo a sus pies en 2015. Por eso permite que coqueteen Juan Manzur, Osvaldo Jaldo y Beatriz Rojkés. En su lógica incentiva a todos, pero no se casa con ninguno. Ni siquiera con su vicegobernador, a quien le dijo en 2009 que se iría sólo por unos meses al gabinete nacional y ya pasó cinco años como ministro de Salud. Manzur avisó que quiere volver y Cristina lo anotició de que no lo soltará gratis. El tucumano que siempre ríe sueña con dejar su estructura en el Ministerio de Salud, pero La Cámpora ya le metió un viceministro (Daniel Gollán) y le copó el complejo hospitalario más grande del país. En el Hospital Posadas se le coló Donato Spaccavento, un ginecólogo íntimo de los Kirchner.

Manzur prepara el terreno para su vuelta a pura negociación. Le ofreció a La Cámpora un trueque: Salud nacional a cambio de las delegaciones tucumanas de la Anses y del PAMI, dos organismos con dinero y políticas sociales seductoras en un año electoral. Le respondieron que no se asome por 25 de Mayo y Córdoba, pero aún negocia su injerencia en Córdoba al 900. Hasta concretar su regreso, Manzur ceba a legisladores con infusiones de clientelismo: aportaron cinco nombres cada uno para la cooperativa de limpieza del flamante Hospital Néstor Kirchner. Si hay algo que supo repetir Manzur en la última campaña es que el peronisno, unido, jamás será vencido. No importa cuál sea la noción de unidad que se utilice.

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