Alperovich no se va
Por estos días José Alperovich planifica su retirada del gobierno. No del poder. En octubre de 2015 abandonará sólo el sillón de Lucas Córdoba y se mudará a unas oficinas nuevas, mucho más sofisticadas que las de Casa de Gobierno, donde funcionará el búnker del poder real alperovichista.

El gobernador es una persona muy ambiciosa, mucho más que cualquiera de sus posibles herederos e incluso más que cualquiera de sus adversarios. Es un hombre obsesionado por tres cosas, que admite públicamente en reuniones de confianza: el poder, el dinero y una tercera que forma parte de su vida privada.

Quizás sus intereses sean objetables desde un punto de vista ético o moral, y no sean valores que se piensen para educar a un hijo o que se admitan públicamente, pero en el plano de la competencia lo colocan varios cuerpos por delante de cualquier rival. No es un intelectual que estudie días un tema antes de tomar una decisión. Es un pragmático que le va al hueso del asunto.

Enfrentar a Alperovich con la Constitución en la mano es una desventaja, porque el eventual oponente queda limitado al terreno de lo estrictamente legal y, en política, la ley está sujeta a interpretaciones que no siempre se ajustan a Derecho.

Así, por ejemplo, hay una canasta de leyes aprobadas que no fueron promulgadas o aplicadas por la simple razón de que no eran oportunas o convenientes para el propio gobierno. Distinto es si lo eran o no para la sociedad. Tantas otras normas fueron vetadas por la misma razón. Incluso de rango constitucional o incluidas en la Carta Magna, como es el caso del voto electrónico (en la Constitución desde 2006) que recién se desempolvó ahora -o al menos la promesa- por ninguna otra razón que la demagogia electoralista. Alperovich tiene además mayoría en la Junta Electoral y cuenta con el aparato clientelar más fenomenal de la historia de la provincia. Por eso ya no le quita el sueño si el voto es electrónico, a gas o kerosene.

Alperovich es un convencido de que lo “políticamente correcto” se restringe a los micrófonos, porque en el ejercicio de la gestión lo que importa es el poder real. Y el poder real muchas veces no es correcto y supera ampliamente al encorsetado constitucional. Avanza hasta donde puede o lo dejan. Es el “vamos por todo” que supo repetir su esposa después del embriagante 54% de 2011. Es vamos por la Justicia, por la Legislatura, por las intendencias, por las comunas y, finalmente, vamos por la conciencia de la gente, bastante devaluada. Hay conciencias que valen un plan social, un puesto en el Estado o unas cuantas chapas y ladrillos. Algunas ni eso, valen apenas una promesa.

Al gobernador no le preocupa quién será su sucesor, le da lo mismo, siempre que gane. A tal punto que al candidato lo decidirán las encuestas. Ya tiene algunos sondeos en su poder, pero los definitorios se harán a fin de año. El que mejor mida irá a la contienda. No desalienta a ninguno, todo lo contrario, los alienta a todos. Cuando más compitan mejor, cuantos más trabajen y sumen mejor, siempre que sea dentro del alperovichismo. Fiel a su estilo.

Sabe que hoy estaría perdiendo la indendencia de la capital y de ahí sus chispazos con Domingo Amaya, que amenaza con jugar su propio partido. Mientras, creó un municipio paralelo que limpia y barre para molestar al amayismo y, de paso, sumar tropa y votos propios.

A nivel nacional Alperovich ya se sacó el anillo del kirchnerismo (lo que confirmaría que al menos puede pagar los sueldos sin ayuda de la Nación, en caso de ser necesario) y no le cierra las puertas a ningún presidenciable, dentro y fuera del peronismo (de todos los peronismos). Estará bien con el que gane. Y su sucesor también. No los une el amor, los une el poder y el poder se siente perpetuo, aunque nunca lo es.

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