Más que un tratado de paz fue el huevo de la serpiente

Más que un tratado de paz fue el huevo de la serpiente

DESDE LA TRIBUNA. Hitler hablaba siempre de la “humillación de Versalles”. gehm.es DESDE LA TRIBUNA. Hitler hablaba siempre de la “humillación de Versalles”. gehm.es
02 Agosto 2014

Andreas Hoenig - Agencia DPA

“¡Hagan entrar a los alemanes!”, ordenó en el pomposo Salón de los Espejos del Palacio de Versalles el primer ministro francés Georges Clemenceau. A continuación ingresaron en el recinto el ministro germano de Exteriores, Hermann Müller, y el ministro de Transporte, Johannes Bell. Los dos civiles rubricaron el tratado de paz que selló el final definitivo de la Primera Guerra Mundial y deparó a Alemania una enorme carga. Poco después eran escoltados a la salida “como prisioneros en el banquillo de acusados”, según describió la escena un testigo, el diplomático británico Harold Nicholson.

El lugar tenía un alto contenido simbólico. En el mismo salón, el canciller alemán Otto von Bismarck proclamó en 1871 emperador alemán al rey Guillermo de Prusia tras ganar la guerra francoprusiana. “Esa vergüenza fue borrada al ser obligado el derrotado imperio alemán a firmar un tratado de paz draconiano precisamente en este lugar”, señala el historiador germano Eberhard Kolb.

Clemenceau, conocido como “El Tigre”, dijo que había llegado la hora del gran ajuste de cuentas cuando entregó a la delegación alemana, el 7 de mayo de 1919, las condiciones para firmar la paz.

“Se exige de nosotros que aceptemos ser los únicos culpables de la guerra y una confesión como esta sería un mentira en mis labios”, había espetado al recibir las condiciones el conde Ulrich Brockdorff-Rantzau, que renunció poco después al cargo de ministro del Exterior para ser sucedido por Müller.

El famoso artículo 231 del Tratado de Versalles atribuía a Alemania la completa responsabilidad por la guerra y la obligaba a pagar 269.000 millones de marcos de oro, en cuotas durante 42 años.

A ello se sumaron las grandes pérdidas de territorio. Alsacia y Lorena fueron devueltas a Francia. Casi toda la Prusia Occidental, parte de Pomerania, la provincia de Poznan y partes de la Alta Silesia fueron adjudicadas a Polonia.

La ciudad portuaria de Danzig (Gdansk), a orillas del Báltico, fue declarada ciudad libre bajo la égida de la Liga de las Naciones, fundada para asegurar la paz. El Sarre también quedó a cargo del nuevo organismo internacional por un período de 15 años y se permitió a Francia usufructuar su rendimiento económico.

Alemania perdió todas sus colonias. El Ejército profesional fue limitado a 100.000 hombres y se le prohibió poseer o fabricar armas pesadas como submarinos, tanques y buques de guerra.

Versalles tenía la misión de abrir una nueva era para Europa después de tantos años de sangrientas batallas. El entonces presidente de Estados Unidos, Thomas Woodrow Wilson, había proclamado como objetivo “el imperio del derecho”.

Pero especialmente Francia se había propuesto debilitar lo más posible a Alemania para reducir los peligros de una nueva conflagración con sus vecinos.

Para los alemanes, las demandas de reparación y el artículo que los culpaba representaban una humillación colectiva. A ello se sumaron los efectos de la pérdida de la cuenca del Ruhr en 1923 por la demora en el pago de reparaciones y la hiperinflación. Por ello se puede decir que la aprobación por parte de muchos alemanes al Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler resultó de las heridas a la identidad colectiva y personal que tuvieron su base en Versalles.

El tratado dio a los alemanes la sensación de estarles quitando no sólo el pasado y el presente, sino también el futuro, señala el historiador Hans-Christof Kraus. “Muchos, pero no todos los alemanes, reaccionaron con odio y rencor. Afloró la necesidad de revancha y esto llevó a la radicalización política”, explicó. Versalles fue, sin dudas, un factor condicionante para el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

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