Miedos “adjuntos” al amor de padres

Miedos “adjuntos” al amor de padres

El primer miedo es inevitable. No queremos que nada malo les pase a nuestros hijos. La segunda preocupación no tarda en llegar. Tememos que nos suceda algo y no estemos en condiciones de hacernos cargo de ellos.

Los padres no paramos nunca de hacernos la cabeza. Cuando dejan de ser bebés aparecen nuevas alarmas. Uno quiere que a sus hijos los ame todo el mundo. Queremos que los aplaudan, que los admiren, que los mimen hasta las cajeras del supermercado. Estamos tan obsesionados en que el mundo los acepte que muchas veces bajamos los niveles de autocrítica. Si grita mucho es porque es muy expresivo, decimos. Si no comparte, ¿será porque está “en la edad de”? Le damos una importante tasa de descuento a sus defectos. Nos cuesta aceptar sus fallas. Nos da miedo tener que enfrentarlas.

La llegada de la adolescencia asoma con más temores. El diario español La Vanguardia publicó una nota sobre los siete miedos capitales de los padres: el sexo, el alcohol y las drogas ilegales, la anorexia, las redes sociales, las malas compañías, el acoso escolar y que no cumplan con nuestras expectativas. El miedo no es malo, el problema es cuando esos temores nos impiden actuar como debemos, decían los expertos en el informe.

Mientras van creciendo, a la lista se agregan nuevas preocupaciones todos los días: tenemos pánico a que los asalten en las calles, a que alguien intente secuestrarlos, a que les pase algo si les prestamos el auto o los autorizamos a salir de viaje con amigos, a que no sean buenos alumnos ni lleguen a ser profesionales, etcétera, etcétera, etcétera.

Ser padres nos hace temerosos. De eso no hay dudas. Es incómodo, y tal vez una condición que viene “adjunta” a ese amor extraordinario e incondicional que tenemos para ellos. Sería mucho más fácil que crecieran entre cuatro paredes, ¿o no? Pero, como eso es imposible, supongo que ser padres nos exige, entre otras muchas cosas, aprender a convivir con estos miedos, tener la fuerza suficiente para soportarlos y no permitir que nos paralicen.

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