“Cuidar un jardín puede ser una escuela de vida, y también una razón para vivir”

“Cuidar un jardín puede ser una escuela de vida, y también una razón para vivir”

Estas mujeres, felices con la existencia, cuentan su experiencia y te dan algunos tips

EL AMOR POR LA PLANTAS LES SOSTIENE LA VIDA. Gerónima, “Ely”, Patricia, Elisabet y Silvia comparten experiencias e intercambian “secretos” . LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO EL AMOR POR LA PLANTAS LES SOSTIENE LA VIDA. Gerónima, “Ely”, Patricia, Elisabet y Silvia comparten experiencias e intercambian “secretos” . LA GACETA / FOTO DE INÉS QUINTEROS ORIO

Junto a una mesa de té muchas cosas pueden pasar. Una de estas tardecitas de invierno sucedió que Gerónima Sánchez, Elisabet Flory, Silvia Broggi, Patricia Nasca y Elizabeth Ortega comenzaron a desgranaran su amor por los jardines. Parecían adolescentes entusiasmadas, pero en realidad las edades van desde los 83 que Gerónima cumplirá en setiembre a los “50 y pico” de las ingenieras agrónomas: Patricia y Elizabeth (como la z y la h son lo único que distingue su nombre del de su mamá, será “Eli” a partir de ahora).

Era la primera vez que estaban juntas y al principio se manejaron con cautela (no es para menos: una periodista y una fotógrafa amedrentan a cualquiera). Sin embargo, a los 10 minutos charlaban, se divertían y compartían “secretos” como si se conocieran de toda la vida.

Es lo que pasa cuando lo que une es la pasión. “No podría vivir sin mis plantas”, lanzó Silvia. “Cuando estoy triste salgo al jardín y él me revive”, sintetizó Gerónima. Frases de este tenor se repitieron como leit motiv a lo largo del par de horas que duró el encuentro. “Cuidar un jardín puede ser una escuela de vida: ejercitás paciencia, generosidad, espíritu de observación, capacidad de asombro... Aprendés a cultivar una actitud de reverencia para con la naturaleza -redondeó Patricia-. Y a veces también te da razones para vivir”.

Desde la infancia
“A los 10 años hice mi primer ‘jardincito’ -contó Elisabet mientras ponía las manos a unos 25 centímetros de distancia-. Mi amor por las plantas nació conmigo en Misiones y es un amor sin fin. Hoy m casa me queda grande, pero no me mudo a un departamento ni loca”, añadió: es que su vida cobra sentido en y con su jardín. “Los jardines de mi mamá fueron variando -recordó-, pero siempre tuve cerca plantas, flores... ¡y la huerta!”. “Hoy tengo acelga, rúcula, perejil...”, enumeró y “Eli” intervino: “es maravilloso. Con las ensaladas, los domingos recibo juntos los mejores nutrientes y el amor de mi madre!”.

Gerónima también es heredera de su mamá: “en Alpachiri teníamos miles de plantas, y la huerta estaba protegida de las gallinas; pero ellas eran fundamentales...”, comienza a explicar y las otras exclaman: “¡guano de gallina!”. La mirada sorprendida de “la prensa” apura la aclaración: “es el mejor abono natural; tiene mucho nitrógeno...”, comenzaron a explicar las ingenieras. Para Gerónima y Elisabet el dato científico es lo de menos; coinciden en que gracias a las gallinas las acelgas se ponen “así de grandes”.

Amores especiales
La charla siguió en el jardín pequeño pero frondoso de Gerónima. “Me encantan las plantas -contó “Eli”- pero lo que me seduce, desde la primaria, son las semillas: verlas germinar y crecer... Hace poco me regalaron unas bellotas... Las puse a germinar y los robles ya están así...”, contó radiante y repitiendo con sus manos el gesto de su madre, pero vertical. “¡Entonces están listos para mí! -exclamó Silvia, que había estado bastante silenciosa. A las miradas de intriga respondió: “una de mis pasiones son los bonsai... tengo más de 20”.

El debate sobre si las plantas sufren o no el “empequeñecimiento” terminó en una declaración polémica: “¡claro que las plantas sienten! Yo les hablo, les pregunto por qué están tristes... y ellas mejoran”, contó Elisabet. Su hija admitió que cuando las suyas están enfermas o no prosperan se las lleva a su mamá: “es como llevarlas al hospital; ella las cuida y siempre las saca adelante”, aseguró. Y Patricia “liquidó” el tema con una confesión que -reconoce- no se lleva bien con su lado científico. “Un día me enojé con una planta; la cuidaba y la cuidaba, pero no florecía. La reté... ¡en serio; la reté!! Ni yo me lo creía, pero a los días aparecieron los pimpollos...”, contó sonrojada.

Flores de invierno
Entre tanto, la recorrida por el jardín de Gerónima ha mostrado mucho color: crotones, una fantástica estrella federal en su esplendor, y canteros y macetas coloreados de alegrías del hogar. Pero también algunas joyas más escondidas, como las pequeñas campanitas (parecen dibujitos de Disney) que entregan unos claveles del aire, o las varas rojas y pulposas de unas banderas bolivianas.



“Gracias al jardín generás y afianzás afectos: cada planta tiene una historia y hace presente a quien la regaló. Que, básicamente, regaló vida”, comentó Patricia mientras las cinco miraban, reían, acariciaban... y descubrían que habían acuñado un tucumanismo para el intercambio de sus tesoros: “d’estita no tengo” será la clave para que la dueña de casa, presurosa, proceda a cortar el gajo que regalará.

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PUNTO DE VISTA

La maternidad de la naturaleza (Por Graciela Nieta - Psicoanalista)

La pasión por las plantas es una forma especial de amor, una de las tantas que el ser humano experimenta. Es dar dedicación, tiempo, cuidado y entrega. Es protagonizar la maravilla del proceso de transformación de la naturaleza, fascinante, creativo, y hacerlo en diálogo con ella. Asistir y dar vida es una forma de maternaje. Es asistir a las infinitas posibilidades que la naturaleza nos brinda para descubrir e investigar. Es compartir la labor con Gea -o con la Pachamama- su fecundidad materna. Es participar de la función de crear vida, que se abre a miles de potencialidades. Este amor por la naturaleza habla de la identificación con la capacidad de generar vida, y allí radica su condición “de hacer bien” como, ciertamente, lo vive la gente.

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Tareas que hay que emprender durante el iniverno

- Desmalezar: el otoño ha sido muy húmedo y los “yuyos” están fortalecidos. “Hay que sacarlos porque compiten con tus plantas por los nutrientes” (Gerónima).

- Remover la tierra: lograrás un suelo menos duro en el que las raíces podrán crecer en profundidad

- Quitar hojas secas: las plantas de follaje perenne también recambian sus hojas, solo que de a poco. No le hacen daño a la planta, pero  las hacen más “tristes”. “La excepción son las hortensias: las flores secas protegerán las nuevas mientras estas sean pequeñitas (Patricia)”.

- Proteger de las heladas: plantas hermosas pero sensibles, como los crotones o las aves del paraíso, necesitarán que las arropes por la noche. “Uso unas sábanas viejas, como si las llevara a dormir” (Gerónima).

- Armar una compostera: en un pozo -“puede ser chico, mirá... (Gerónima, señalando el suyo)- tirá  los residuos vegetales y las cáscaras de huevo. “Si no hay carne, no habrá mal olor” (Patricia). Cubrí con tierra cada dos o tres días. Para cuando llegue la primavera tendrás la mejor tierra para tus plantas

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