"Buenos Vecinos": Para el enemigo no hay piedad

"Buenos Vecinos": Para el enemigo no hay piedad

Una fraternidad universitaria se instala junto a la casa de los Radner. Mac y Kelly son padres de la pequeña Stella y sólo quieren paz. Imposible, teniendo en cuenta que a los flamantes vecinos sólo les interesa vivir de fiesta. La convivencia durará poco y nada. Al contrario; pronto se desatará una guerra.

Mac y Kelly Radner pretenden quedar bien con sus flamantes vecinos, la banda de una fraternidad universitaria que llega al barrio con toda la fiesta encima. Y para demostrar que son cool, Mac y Kelly les regalan su provisión de marihuana. Pero a los ojos de los nuevos vecinos, los Radner son un anacronismo: mayores de 30 años y con una bebé a bordo. Así que cuando la pareja llama a la Policía para quejarse por el alto volumen de la música estallan las hostilidades.

Esa dualidad de los Radner, la necesidad de sentirse más jóvenes de lo que son hasta el punto de la negación, sazona el corazón de “Buenos vecinos”, comedia mucho menos estúpida de lo que parece a primera vista. Sí, hay chistes fáciles -entre escatológico y sexuales, un paradigma de la comedia contemporánea hollywoodense-. Sí, hay retazos de películas que vimos infinidad de veces, la mayoría pertenecientes al subgénero “fraternidades”. Y sí, hay pasos de comedia física no muy bien logrados.

Pero tambien se escuchan diálogos chispeantes (muchos de los cuales se pierden en el subtitulado) y se nota un juego con el absurdo bastante bien manejado. La “fiesta de los Robert de Niro” -foto- es uno de esos pasajes hilarantes.

Seth Rogen no es John Belushi, protagonista junto a Dan Aykroyd de la magnífica “Mis locos vecinos”, pero se ajusta muy bien a esta condición de padre de familia primerizo que, de repente, aparece en la trinchera que nunca había ocupado. Pero es Rose Byrne la que vampiriza la película gracias a la soberbia amplitud gestual que le añade a su belleza.

“Buenos vecinos” es un éxito fenomenal en Estados Unidos, con secuela asegurada. La crítica dividió aguas al momento de barajarla. Andrew Stoller condujo su comedia con brío pero sin descarrilar, Frenando en los momentos justos. Así llegó con acierto a la meta.

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