“Se trató de una guerra de potencias capitalistas”

“Se trató de una guerra de potencias capitalistas”

El autor de 1914. Argentina y la Primera Guerra Mundial afirma que el conflicto puso en evidencia la ambición por el dominio. En su libro refleja a una sociedad argentina particularmente involucrada con la guerra mientras el gobierno se esforzó en mantener la neutralidad.

27 Julio 2014
- El libro traza un puente entre la Gran Guerra y la situación de Argentina en esos años. ¿Cuáles son los factores y los procesos que te interesaron destacar en la comparación?

- No busqué una comparación, sino ver las repercusiones en el país, teniendo en cuenta la importancia del hecho. Por un lado, Europa afrontaba una situación de crisis de los valores que lo elevaron a la cúspide de la civilización mundial. Y Argentina, justamente, se occidentalizaba en las prácticas políticas con la modernización de su sistema electoral. Me interesó ver, primero, cómo veía esos hechos una clase dirigente que admiraba esos valores occidentales.

¿Qué podían decir esos intelectuales pro-europeos sobre la nueva situación del continente más avanzado del mundo? ¿Qué respuestas dieron frente a las guerras totales, esa forma tan peculiar de solucionar las diferencias entre sí? Eso me interesó analizar, articular una y otra realidad. Y como condimento especial, en el país se vivía una etapa de transición, se agotaba el modelo político de los conservadores. Claro que la guerra alteró ese proceso, e introdujo un tema que no estaba en la agenda política de esos años.

- ¿Cuál fue la posición del presidente Yrigoyen frente a la Gran Guerra?

- Mantuvo la neutralidad, siempre, a tal punto que quedó expuesto a situaciones ambiguas, contradictorias. Evidentemente, era una postura que no pensó modificar, desde su asunción, en 1916. Y es posible que esa postura la haya elegido antes de asumir y por eso decidió sostenerla ante las adversidades. A Irigoyen le tocaron los momentos más álgidos y tensos, porque los ataques a las flotas argentinas y las hostilidades de las potencias aliadas recayeron sobre el gobierno argentino. Y por eso el radicalismo debió costear esos momentos. El debut del primer gobierno radical de la historia pareció someterlo a una prueba indeleble, para sostenerse en el tiempo. Era la primera gran guerra mundial y buena parte de la sociedad argentina tomaba partido a favor de los aliados. Mientras, Irigoyen continuaba la neutralidad. En ese cruce, el gobierno radical sostuvo la neutralidad pero a la vez convivió con gestos ambiguos. Por ejemplo, cuando recibió la escuadra norteamericana, en julio de 1917, rompiendo las reglas de la neutralidad. O cuando adujo que ante nuevos ataques alemanes rompería la neutralidad. Hubo nuevos agravios alemanes; sin embargo, no modificó la postura. De todos modos, se trataba de un presidente sin experiencia en gestión y un momento único para el país y el mundo. Había que tener una cintura política difícil de incorporar con tan poco tiempo en el cargo.

- ¿Podrías contar el caso del embajador Luxburg y cuáles fueron las repercusiones?

- El embajador Luxburg agravió con las palabras más duras a algunos dirigentes radicales, como al mismo presidente Irigoyen y al canciller Honorario Pueyrredón, y además pidió que hundieran a cualquier barco argentino que cruzaran. Hubo una intervención sucia de parte del espionaje estadounidense, con colaboración británica, al mejor estilo de las películas de la Guerra Fría, para detectar esos telegramas, con la clara intención que Argentina rompa su neutralidad. Esos telegramas fueron enviados por el embajador entre mayo y julio de 1917. Es muy posible que Irigoyen no hubiera deseado conocer esos insultos, porque lo obligó a tomar una postura. Por un lado, generó una reacción violenta de parte de la sociedad argentina, rompiendo casas y símbolos alemanes. Irigoyen amenazó con posturas más duras en relación a Alemania, pero llegó apenas a expulsar al embajador Luxburg. Los telegramas lo dejaron en una situación vulnerable.

- ¿Cómo es la historia del aviador Almandos Almonacid?

- El aviador argentino Almandos Almonacid se convirtió, casi azarosamente, en héroe de la aviación francesa, debido a que a fines de 1913 fue a estudiar a la primera Escuela de Aviación del Mundo, en París. Esos viajes de estudio o perfeccionamiento a Europa resultaban frecuentes en las clases altas. Cuando estalló la guerra, de inmediato se sumó al ejército francés. Según lo que cuentan, participó en operativos riesgosos en las fronteras alemanas. En Almonacid se juntó el espíritu aventurero, un espíritu propio de algunos hombres desde fines del siglo XIX, con el azar de la guerra. Obviamente, cuando regresó al país se lo recibió como a un héroe, como a tantos otros combatientes, siempre del lado de los aliados.

- ¿Cómo fue la reacción de los inmigrantes frente a la guerra?

- Cuando estalló la guerra, los países europeos obligaron a las embajadas a alistar a reservistas por si acaso la guerra continuaba. En Argentina, algunas embajadas amplían sus horarios de atención para inscribir a esos reservistas. De todos modos, apenas comenzó la guerra muchos voluntarios salieron de los puertos argentinos hacia las trincheras europeas a combatir. Hubo una movilización de belgas, franceses, de ingleses rumbo a Europa, a formar parte de la guerra. Varios buques salieron desde agosto de 1914. Hacia fines de ese año se complicó el tráfico naval debido a la guerra naval y ya los voluntarios vieron interrumpido sus viajes a Europa. Los inmigrantes se vieron movilizados por la guerra, mirando a diario la pizarra de los diarios para anoticiarse de las novedades, haciendo colectas, kermeses, obras de teatro para juntar fondos para los combatientes. Se notaba un nexo fresco con sus países de origen. Con el transcurso de la guerra, esa actitud de solidaridad pasó a tomar un compromiso más virulento, con manifestaciones callejeras y en muchos casos, de violencia contra los alemanes. Lo particular es que debió ser uno de los países de América Latina cuyas sociedades se vieron más movilizadas y, sin embargo, desde el Estado se mantuvo la neutralidad. Caminos opuestos entre la sociedad y el Estado.

- ¿Cómo influyó en la economía argentina la crisis europea que produjo la guerra?

- En lo inmediato no fue tan grave como se podía pensar, sobre todo por la dependencia de los insumos industriales desde Europa (combustibles, productos industriales, etcétera). Se interrumpió el suministro de algunos de esos productos, y se notó en la iluminación urbana por ejemplo, pero no resultó tan grave. En lo económico, las repercusiones se vieron a largo plazo, sobre todo, al final de la contienda. Y allí, Estados Unidos ocupó un lugar que ya se venía anunciando, una suerte de patrón de la región, un gestor que controlará el desarrollo económico de estos países. Y la coyuntura favorecerá a eso, ya que Gran Bretaña está comprometida con su crisis de posguerra y ya no exportará insumos industriales y mucho menos capitales. Ese faltante, de a poco, será reemplazado por Estados Unidos, con una presencia que se consolidará con los años. La Gran Guerra cambiará el eje económico en la región; no el modelo agroexportador, sí los actores con quienes Argentina se relacionará al poco tiempo.

- ¿Qué ecos de la guerra suenan 100 años después en nuestros oídos?

- Por un lado, demostró la manera particular que tuvieron y que tienen las potencias occidentales para resolver sus conflictos, lo ilimitado de la competencia capitalista. Pensemos que dejó entre 9 y 11 millones de muertos. La muerte se volvió una estadística, no una enseñanza para evitar futuros conflictos. En ese sentido, me acerco a la lectura de algunos intelectuales de izquierda, como Manuel Ugarte o un sector del anarquismo, que decía que se trataba de una guerra de potencias capitalistas, una guerra de intereses de primera línea. Con el tiempo, Occidente perfeccionó las formas de la muerte, quizás sea una de las experiencias que dejó la Gran Guerra, o mejor dicho, las dos guerras. Pero la necesidad de dominio no mermó nunca. La Gran Guerra puso en evidencia esa ambición. Las colonias conquistadas a fines del siglo XIX fueron desiguales y accesibles; ya la ambición de expandirse por el mundo se había puesto en evidencia. El juego se puso peligroso cuando las conquistas chocaron entre las potencias. Por eso, a cien años de la guerra, lo que continúa inalterable es la ambición por el dominio.

© LA GACETA
Por Fabían Soberón


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